Ignacio Morell Evangelista (1953). Geólogo, Universidad de Granada (1975). Catedrático de Hidrogeología, Universitat Jaume I, Castellón


Para disponer de agua subterránea, alguien debe haberla prospectado; para instalar una vía férrea, construir una presa o levantar un edificio, alguien debe evaluar la estabilidad del terreno; para tener petróleo o gas, alguien debe detectar su existencia en el subsuelo; para extraer minerales o para utilizar la piedra, alguien debe comprender su génesis y planificar su extracción; para respetar la naturaleza y hacerla comprensible, alguien la debe conocer profundamente; para evitar riesgos naturales o minimizar sus devastadores efectos, alguien debe preverlos; para conocer el pasado, entender el presente y prevenir el futuro de nuestro planeta, alguien debe tener capacidad para leer la herencia que seis mil millones de años nos han dejado.

La Geología es la ciencia que se ocupa de todas estas cuestiones. Los geólogos son los profesionales que estudian estas y otras cuestiones. Los físicos, los químicos, los matemáticos y los biólogos desarrollan otros campos de la ciencia, con sus naturales y deseables solapamientos, pero otros campos.

Cuando se aprendían cosas, antes de que los sucesivos cambios de los sistemas educativos nos condujesen a la situación actual, los objetivos de la ciencia estaban muy claros: comprender el mundo que nos rodea e intentar mejorar nuestro bienestar. Es evidente que mucho se ha conseguido en poco tiempo pero también que algunas cosas no han salido bien.

De las cinco ciencias que conformaban la base del conocimiento técnico-científico, y que eran materias comunes obligatorias en todas nuestras universidades, una de ellas, la Geología, está desapareciendo

De las cinco ciencias que conformaban la base del conocimiento técnico-científico, y que eran materias comunes obligatorias en todas nuestras universidades, una de ellas, la Geología, está desapareciendo. Sería iluso apelar a una teoría conspiratoria, porque requeriría asumir no solo mala intención sino ignorancia supina en sus promotores, pero habrá que admitir que una sucesión ininterrumpida de pequeños reveses ha desembocado en la situación actual.

La enseñanza de la Geología en las universidades está en claro declive, y ello a pesar de la innegable calidad y competencia de nuestros docentes profesionales. El problema, a mi entender, es que la mayor parte de los estudiantes de enseñanza secundaria no tienen ocasión de conocer la Geología, en muchos casos porque no reciben el mensaje de forma adecuada y en otros muchos porque, sencillamente, la Geología es una asignatura optativa que, con demasiada frecuencia, ni siquiera se oferta. Si en un centro de secundaria no hay un profesor geólogo que luche por mantener esta disciplina, queda relegada para siempre; y lo que es peor, en otros casos en los que sí hay profesionales dispuestos a ejercer esa docencia, razones nunca bien explicadas conducen a resultados similares. La mezquindad y la ignorancia selectiva pueden ser dos motivos que justifiquen esta resistencia a ofrecer la enseñanza de la Geología. El resultado es claro: las vocaciones geológicas son muy escasas, casi anecdóticas.

Cuando se niega a los alumnos la posibilidad de conocer la ciencia geológica no se comete sólo un pecado docente o meramente académico, sino que se está hurtando a la sociedad la posibilidad de que en el futuro existan geólogos capaces de hacer todas las cosas que indicaba al principio y, además, de formar a nuevos geólogos que continúen su labor. Se está cometiendo, a mi juicio, un fraude a la sociedad en su conjunto.

Cuando se niega a los alumnos la posibilidad de conocer la ciencia geológica, se está cometiendo, a mi juicio, un fraude a la sociedad en su conjunto

No se trata de una problemática global. En los países que yo conozco esto no ocurre. Más bien al contrario, la Geología goza de muy buena salud y los geólogos son profesionales muy bien considerados. Algo habremos hecho mal, quizás empezando por los propios geólogos, para que hayamos permitido que la Geología fuera la hermana pobre de la Ciencia.

Pero no todo está perdido. Creo que existen los mecanismos para revertir la situación. Los centros de enseñanza pueden potenciar sus asignaturas de carácter geológico, el sistema educativo puede aumentar la importancia de la Geología en el tránsito bachiller – universidad, los dirigentes políticos pueden facilitar la modificación de los planes de estudio, los geólogos pueden aportar su entusiasmo y su compromiso y la sociedad debe exigir que existan profesionales que se ocupen de su bienestar.

En el plano personal, no quiero dejar de ejercer activamente la Geología sin expresar mi inquietud por el letargo académico al que los geólogos estamos sometidos y sin pedir a gritos que se imponga el sentido común, el buen criterio y el espíritu científico. Muy pronto, desde la barrera, espero asistir a un proceso en el que las piezas vuelvan a encajar y la armonía científica destierre para siempre situaciones de difícil explicación y claramente perniciosas como la que he descrito. Si no es así, que el mundo nos pille confesados.