http://dx.doi.org/10.21028/pfb.2016.11.14 La explotación minera de otros cuerpos celestes y la investigación y el aprovechamiento de los recursos del espacio ha pasado en poco tiempo de ser ciencia ficción a realidad palpable al considerarse los asteroides cercanos a la Tierra como candidatos para las primeras incursiones mineras fuera de nuestro planeta y ya existen iniciativas a escala internacional que abordan estas futuras actividades de manera seria y rigurosa.
El presidente Obama firmó la llamada «Ley del Espacio», aprobada por el Congreso de los EE.UU., cuyo último título permite a las compañías del país la explotación minera espacial y la apropiación de asteroides y otros «recursos espaciales»
El concepto de «minería espacial» se comenzó a desarrollar a principios de los años 90, pero se puso de moda el 25 de noviembre de 2015 cuando el presidente Obama firmó la llamada «Ley del Espacio», aprobada por el Congreso de los EE.UU., cuyo último título permite a las compañías del país la explotación minera espacial y la apropiación de asteroides y otros «recursos espaciales» por parte de personas privadas y empresas si consiguen la tecnología para desplazarse y explotar esos cuerpos ricos en minerales como el platino, el oro, el hierro o el agua. Deja claro la ley que quien sea capaz de recuperar recursos de un asteroide tiene el derecho de «poseerlo, transportarlo, usarlo y venderlo». Esto no es algo original, los americanos han traspasado las reglas del derecho marítimo al espacio. Además, EE.UU. no puede reservarse derechos de soberanía porque la reivindicación de cuerpos celestes por parte de los gobiernos está expresamente prohibida en el Tratado Internacional del Espacio Exterior, suscrito en el seno de la ONU en 1967, que establece que las naciones no pueden tener territorios en el espacio. Es decir, ningún país puede reclamar la propiedad exclusiva sobre ningún cuerpo celeste.
Por tanto, la carrera por la lucrativa exploración y explotación privada del espacio ha comenzado y sólo falta que los avances tecnológicos lo permitan. Es algo en lo que ya están inmersas empresas que han celebrado la aprobación de esta ley que aclara el marco legal para un negocio que podría ser extremadamente rentable y lanzar una fiebre del oro a nivel espacial. Estas compañías están invirtiendo en desarrollar sondas capaces de aproximarse a los asteroides para tratar de explotar sus recursos, que son innumerables, y andan como pollos sin cabeza inventariando los candidatos más aptos para sus primeras expediciones entre los cuerpos rocosos que orbitan la Tierra o se acumulan en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter.
Carrera hacia los asteroides
Aunque hay más empresas interesadas en los asteroides, como Deep Space Industries, Orbital Science, Mars One, Bigelow Aerospace, etc., mencionaré como ejemplo a tres de ellas, la compañía aeroespacial Blue Origin, propiedad de Jeff Bezos, el fundador de Amazon, que está construyendo un cohete, el New Glenn, similar al Saturno V que impulsó a las naves Apolo pero reutilizable, para lanzar en unos años a los nuevos turistas del espacio. La firma SpaceX, fundada y dirigida por el empresario Elon Musk, fundador de Tesla Motors y PayPal, que está llevando a cabo misiones de carga a la Estación Espacial Internacional con su cohete reciclable Falcon 9 Dragón y tiene planes de futuro más allá de la órbita terrestre. Y Planetary Resources, un grupo apoyado por los ejecutivos de Google Larry Page y Eric Schmidt, el director de cine James Cameron, el magnate Richard Branson, propietario de Virgin, y otros accionistas del Silicon Valley, que estima que algunos asteroides (de sólo 500 metros de ancho) podrían contener todo el platino obtenido de minas terrestres en toda la historia y tener un precio de mercado de centenares de miles de millones de dólares.
De hecho, se presume que algunos contienen hierro, níquel o cobalto en cantidad suficiente para cubrir las necesidades de la Tierra durante 3.000 años. La firma de investigación Bernstein, de Wall Street, afirma que un gran asteroide llamado 16 Psyche, en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter, con una extensión de 200 kilómetros de ancho, podría contener suficiente mineral de níquel para cubrir la actual demanda humana por millones de años.
Considerando que son unos 12.000 los asteroides que cada año pasan cerca de la tierra, desde grandes rocas hasta piezas de varios kilómetros de diámetro, y que en un 10% de ellos sería más fácil aterrizar que en la Luna, la fiebre por la conquista de los asteroides está servida y la batalla por explotar comercialmente las riquezas del espacio no ha hecho más que empezar. Más si tenemos en cuenta que muchas de estas materias primas, tan necesarias para la industria moderna, como el zinc, estaño, plata, cobre, plomo, antimonio, etc., podrían agotarse en la Tierra a lo largo de este siglo.
Combustible espacial
Pero no termina en la cuestión comercial todo el interés que despiertan los asteroides. Aparte de la extracción de minerales y metales preciosos, se considera que esos fragmentos rocosos cuya resistencia, muy semejante a la del hormigón, les ha permitido existir durante miles de millones de años, podrían servir de apoyo logístico a los futuros asentamientos humanos en Marte aportando agua, oxígeno y otros elementos que podrían usarse para producir combustible y sistemas de respaldo vital en el espacio a un costo mucho menor que el de llevarlos desde la Tierra. Los asteroides nos ayudarán a llegar al planeta rojo porque la utilización de los recursos capturados para propulsar las sondas espaciales y mantener a los astronautas con vida a partir de sustancias que no se encuentran en la Tierra es la única manera de permitir el desarrollo espacial permanente. Un viaje a Marte sería mucho más barato y más eficiente si se pudiera conseguir parte del combustible por el camino. Y ahí intervienen tanto los asteroides como la Luna, que será imprescindible colonizar como ensayo previo a la presencia humana en el suelo marciano.
Tanto nuestro satélite como el planeta rojo fueron siempre objeto de la imaginación del ser humano, que los miró con ojos de conquista al verlos pintados en el cielo. La Luna cayó en nuestras garras en 1969, aunque abandonamos demasiado pronto su exploración, y Marte ha sido objetivo de la Nasa desde que empezó a enviar sondas a mediados de los años 60, y ha fijado en él la próxima gran meta de su programa civil del espacio. Un paso importante lo dará la agencia espacial dentro de dos años, en otoño de 2018, con la «Mission Exploration 1», una nave Orión tripulable lanzada por cohetes reutilizables con capacidad para cuatro astronautas y dotada de un módulo de servicio suministrado por la ESA. Con ella se pretende llegar al espacio profundo, aunque el primer vuelo no llevará tripulación y consistirá en un viaje de ida y vuelta hasta más allá de la Luna durante tres semanas, lo que hoy en día es un récord de tiempo y distancia para una nave que no haya recalado en la Estación Espacial Internacional. Este vuelo ayudará a la Nasa a preparar la primera misión al planeta rojo.
Esto ya se propuso hace treinta años, en 1987, con Reagan en la presidencia de los EE.UU. La «Iniciativa Marte» planeaba la exploración a fondo del planeta rojo, primero con robots y luego con astronautas. Gracias a ello, en estos años distintas sondas orbitales han estudiado el planeta desde el espacio y hemos puesto sobre su superficie artilugios como los rover Spirit, Opportunity y Curiosity, que sucesivamente y desde 2004 han suministrado información imprescindible para preparar la siguiente gran meta de llevar al ser humano hasta su frontera, algo que entraña grandísimas dificultades y enormes inversiones pero que cada vez está más cerca de lograrse, aunque no será posible hasta dentro de dos décadas. Eso considerando que no se sucedan los fracasos. El último ha ocurrido el pasado mes de octubre con el módulo Schiaparelli de la misión orbitadora ruso-europea ExoMars 2016, de la ESA y Roscosmos, que se ha esnafrado al resultar fallido el despliegue del paracaídas durante el amartizaje.
Los asteroides y la Luna, objetivo inmediato
Respecto a la Luna, también suscita este interés nuestro satélite para proveer la energía futura requerida en la Tierra. Es la gran reserva de materias primas en trance de agotarse en el planeta. Con los recursos naturales disminuyendo por la alta demanda de la industria mundial y el crecimiento exponencial de la población, la Luna presenta una abundancia del isótopo Helio-3, un gas escasísimo en el planeta, que podría convertirse en el combustible ideal no contaminante para una nueva generación de plantas nucleares a fusión controlada. Eso por no hablar de la riqueza del suelo lunar en titanio, hierro y aluminio. De ahí que Europa tenga puesto su objetivo en llegar a la Luna, como Japón y México, que han previsto lanzar su primera misión al satélite dentro de dos años, en 2018. Sin olvidar que un robot chino acaba de posarse hace pocos días en la superficie lunar.
Sin embargo, el director de la Nasa, Charles Bolden, declaró en 2013 que la agencia descartaba «conducir una misión lunar habitada», aunque no «la posibilidad de participar en ella si es conducida por otro país o es producto de una asociación con empresas privadas». Vamos, que la Nasa pasa pero alienta al sector privado para colonizar los predios selenitas. De hecho, la agencia espacial ha planteado la idea de compartir con las empresas estadounidenses sus saberes, sus ingenieros y el acceso a sus instalaciones y equipos para ayudar a concebir y a construir aparatos robotizados capaces de alunizar plantando cargas de entre 30 y 500 kilos. Con presupuestos razonables será posible enviar misiones para habitar la Luna en una década.
Queda claro que tanto la Luna como los asteroides son objeto de deseo de la minería espacial y hay varios países y unas cuantas empresas volcadas en la exploración y utilización de los recursos extraterrestres. Haciendo un poco de historia, esto de la minería espacial tiene sus antecedentes en los especialistas norteamericanos del Bureau of Mines, organismo minero oficial de los Estados Unidos, que en el XV Congreso Mundial de Minería, celebrado aquí en Madrid del 25 al 29 de mayo del mítico año 1992, o sea hace casi un cuarto de siglo, en una ponencia titulada: Minería en el Espacio, trataron en profundidad y sin asomo de fantasía las posibilidades reales de explotación minera en la Luna, incluyendo los equipos de excavación y machaqueo que podrían utilizarse en esa nula atmósfera, su transporte, mantenimiento y las posibilidades de utilizar determinados compuestos minerales nativos de nuestro satélite, como la ilmenita.
Hace 25 años, a todos nos pareció una aportación un tanto visionaria, al estilo de Julio Verne, de H.G. Wells o de Arthur C. Clark, pero lo cierto es que avanzaba algunas conclusiones, aún muy primarias, acerca de la denominada Iniciativa Nacional de Exploración Espacial, lanzada en julio de 1989 coincidiendo con el 20º aniversario del primer alunizaje del programa Apolo. Esta iniciativa planteaba ya la exploración tripulada de Marte y otros planetas utilizando una base permanente en la Luna como estación intermedia. La minería, el proceso de los combustibles y los materiales de construcción fueron señalados como elementos vitales para cualquier intento de afrontar con garantías esta misión. Provisiones de aire y agua y los materiales para levantar bases en la Luna habrían de obtenerse de la superficie de nuestro satélite para procurar el mayor grado de autonomía posible. La premisa básica, que ya hemos mencionado, es que resulta más lógico y rentable fabricar materiales utilizando recursos indígenas que transportarlos desde la Tierra. Las necesidades de oxígeno podrían cubrirse con la explotación de la ilmenita, que supone el 4% del suelo lunar (un 8% del cual es oxígeno recuperable), y el hidrógeno se obtendría por calentamiento del polvo lunar, depositado por los vientos solares, con una concentración de 50 ppm. En cuanto a las construcciones necesarias y sus materiales, quedó el tema abierto a los avances futuros, pero se dijo que sería posible aplicar técnicas adaptadas basadas en la minería subterránea y en la construcción de túneles.
Material de construcción
En 1994, 25 años después de la conquista de la Luna, a raíz de estudios exploratorios efectuados por la Nasa y otros organismos europeos, y de la progresión de la Estación Espacial Internacional y del programa de la Lanzadera Espacial, EE.UU. decidió reanudar el proyecto de instalar una base habitada en la Luna como etapa preliminar para el envío de hombres a Marte, considerando que a la Luna se puede llegar en tres o cuatro días y a Marte, que está a 225 millones de kilómetros, se necesitan más de seis meses. Para construir esta base, un grupo internacional de investigadores solventó uno de los problemas más importantes a pesar de su aparente nimiedad: el material de construcción. Los científicos desarrollaron un nuevo material tan resistente como el hormigón terrestre, pero que podía fabricarse sin necesidad de transportar a nuestro satélite agua, ni grava, ni cemento, ni hierro.
El doctor T. D. Lin, logró fabricar hormigón con 40 gramos de regolito que le dio la Nasa procedentes de la misión del Apolo 16
Previamente, en 1986, se había creado el denominado Lunar Concrete Committee, formado por especialistas y empresas de distintos países, y un ingeniero estadounidense, el doctor T. D. Lin, logró fabricar hormigón con 40 gramos de regolito que le dio la Nasa procedentes de la misión del Apolo 16. Los mezcló con cemento y agua y obtuvo un cubito de 25 mm de arista cuyas características de elasticidad, dilatación térmica y resistencia a la compresión (de 75 MPA) eran comparables a las de los mejores hormigones usados en ingeniería civil. Los cálculos confirmaron la perfecta resistencia térmica de dicho material a las enormes diferencias de temperatura que se registran en la Luna, de 120º C a -170º C. Basándose en estos primeros resultados y en el estudio de las características del suelo lunar, Lin puso a punto una técnica de fabricación industrial del hormigón a base de ilmenita, la roca que abunda en la Luna, compuesta de óxido de hierro y de óxido de titanio.
Estos experimentos servirán a los científicos para planificar el primer asentamiento selenita del ser humano, que además debería estar semienterrado para su mejor defensa. Las obras subterráneas ofrecerán ventajas estimables sobre la construcción en superficie al minimizar las necesidades de hormigón, materiales de refuerzo, protección de radiaciones y controles de temperatura. En 1984 se envió al espacio un satélite que llevaba a bordo muestras de un centenar de materiales, como el aluminio, la cerámica, el vidrio, etc., para poner a prueba su resistencia y su durabilidad en condiciones comparables a las que imperan en la Luna. Seis años después los resultados fueron desalentadores: todas las muestras habían sido dañadas por el viento solar, las radiaciones y, sobre todo, los micrometeoritos. Por desgracia, a nadie se le ocurrió poner en la lista al sufrido hormigón.
Máquinas para obras
Esto nos lleva a considerar la excavación del terreno y a considerar las máquinas adecuadas para ello. No deja de tener su discreto encanto sumirse en cábalas sobre cómo será el devenir de la maquinaria de obras públicas, construcción y minería en este tercer milenio. Es posible que el futuro esté marcado por las innovaciones más que por el perfeccionamiento de lo ya logrado, pero nunca se sabe… Cuando hablamos de futuro, no podemos evitar que la imaginación se dispare. Y con imaginación vamos a tratar de atisbar cómo será el mundo de la maquinaria en el futuro y qué nos espera con la colonización del espacio.
Resumir el desarrollo que han tenido las máquinas durante la centuria pasada, desde el punto de vista de su evolución, es una formidable tarea, aunque no menos fascinante. Grande ha sido el esfuerzo que muchos pioneros, científicos, técnicos y hombres de empresa con talento y visión de futuro han realizado en este sector, fuera y dentro de nuestras fronteras.
Los equipos para obras han pasado de un estadio primario a comienzos de la centuria pasada a una desenfrenada carrera tras la II Guerra Mundial, paralela a la del resto de avances tecnológicos en sectores como la automoción o la aviación, más y más acelerada cuanto más nos acercamos a la frontera con el siglo XXI. Puede decirse que la historia y evolución de la maquinaria de obras públicas, construcción y excavación concentra sus hitos fundamentales en la segunda mitad del siglo XX, si bien sus pioneros eran los herederos de la inquietud por lo desconocido de aquellas celebridades renacentistas que volcaron todo su talento en tratar de solucionar los grandes problemas que aquejaban en su época. Y pongo de ejemplo al irrepetible Leonardo da Vinci, que en la Edad Media fue capaz de «inventar» sobre el papel desde el helicóptero hasta la máquina excavadora de avance con tornillo, proyectada a finales del siglo XV para cavar canales en el valle del río Po y extraer la arena del fondo de ríos y bahías. Desgraciadamente, esta draga nunca se llegó a construir porque la técnica de la época no había alcanzado los desarrollos suficientes sobre los que apoyar tanta imaginación, pero quedó representada para la admiración del mundo futuro.
Con las impresionantes máquinas actuales parece hasta fácil extraer materias primas de un suelo arenoso y rocoso, como hacemos aquí, pero resulta evidente que no va a ser tan sencillo en otros planetas, además de resultar duro y costoso. Aunque las condiciones hostiles puedan ser muy similares a las de algunos puntos de nuestro planeta, la maquinaria actual utilizada en la Tierra no funcionaría en la Luna ni en Marte sin modificaciones radicales.
Aparte del problema principal de la imposibilidad de su transporte por su excesiva masa y volumen –en su momento los especialistas estimaron que sería necesario transportar a la Luna unas 200 toneladas de máquinas y útiles de perforación–, otros obstáculos exigen para su superación avances en la ingeniería y el desarrollo de equipos que habrían de solventar dos grandes problemas: La necesidad de energía intensiva y la protección contra el entorno agresivo por el polvo, la alta abrasividad del suelo, el vacío, la baja gravedad, las fluctuaciones extremas de la temperatura, las radiaciones cósmicas y el bombardeo de micrometeoritos. Y en base a esto, excesivas necesidades de mantenimiento. Habrá que establecer nuevas fórmulas en las máquinas para que, conservando la tracción sobre ruedas o cadenas, predomine en ellas el control remoto, los motores eléctricos y los sistemas electrónicos en vez de hidráulicos y mecánicos. Es decir, tecnología digital, la base de la maquinaria del futuro, necesaria para la automatización, el control computerizado y la teleoperación de los equipos.
Excavación del suelo
Por si todo esto fuera poco, habrá que añadir los asuntos relacionados con los futuros operarios de las máquinas. El mayor obstáculo en los viajes tripulados al espacio es el de los efectos que la ingravidez tiene sobre el cuerpo humano: problemas cardiovasculares y de desplazamiento de fluidos, atrofia muscular, pérdida de calcio en los huesos o anemia están aún por resolver; eso por no hablar de los psíquicos y emotivos provocados por el aislamiento y la falta de contacto social.
Como el primer aspecto en el que trabajarán las misiones espaciales será la explotación de los recursos propios del suelo que estén pisando para obtener la materia prima necesaria para subsistir y seguir avanzando, resulta inevitable comenzar por la perforación del suelo y la excavación con un simple equipo de arranque y carga, para continuar con el transporte hacia los procesos de tratamiento de los minerales y su transformación. En cuanto al transporte del material, desde el año 2004 los vehículos todo terreno Spirit, Opportunity y Curiosity han recorrido muchos kilómetros sin grandes problemas porque son pequeños comparados con los vehículos de gran tamaño que se necesitará para transportar toneladas de rocas y arena en Marte, que se supone tendrían mayores dificultades para desplazarse. La experiencia del Curiosity, el rover que lleva en el planeta rojo desde 2012 con casi una tonelada de peso, servirá para diseñar equipos capaces de desplazarse en el suelo marciano.
Aunque todo es relativo porque se puede construir equipos grandes con materiales livianos que puedan distribuir la carga sobre cadenas especiales o en numerosas ruedas de grandes diámetros para repartir la presión de contacto y que éstas no se atasquen en el suelo blando, rompan las capas superficiales o se hundan en una tierra cuyas características aún se desconocen con detalle. Los ingenieros demandan más datos geológicos y topográficos de la geografía marciana para estudiar el lugar más adecuado para efectuar la primera planificación minera.
Para el procesado del mineral habrá que levantar las instalaciones pertinentes en el lugar de la explotación y prevenir todo tipo de vicisitudes en la planta de procesamiento. A favor cuenta que el mineral puede ser movido más fácilmente debido a la baja gravedad, pero el conocimiento preciso de los suelos de Marte será vital para el diseño de tolvas, molinos y cribas eficientes que no necesiten apenas mantenimiento. Entender la física del material granular resulta esencial para el diseño de grupos móviles de trituración adecuados para mover enormes cantidades de sólidos pequeños, como la fina arena de Marte.
Fabricantes con la Nasa
Hay que decir que parte de estos problemas, sin embargo, está camino de superación. El gran reto final será hallar la forma de mantener los equipos sin problemas operacionales durante las temporadas de tormentas en Marte, que levantan polvo fino a velocidades de hasta 50 m/s, unos 80 km/h, que cubren toda superficie expuesta, introduciéndose por las hendiduras, enterrando todas las estructuras que pueda fabricar el hombre y reduciendo la visibilidad al mínimo. En la película «Marte», de Ridley Scott, se reproduce fielmente una de estas tormentas.
En estos temas están trabajando desde hace tiempo el Centro para Construcciones Espaciales de la Universidad de Colorado, que está desarrollando nuevos diseños de excavadoras cuyos sistemas de desplazamiento y excavación producen vibraciones sobre el suelo, y algunas de las grandes compañías de maquinaria, que con su experiencia y su patrimonio de ideas y conocimientos, unido a la cultura de la innovación, la preocupación por la calidad, la seguridad y el cuidado del medio ambiente, les ha permitido mantener el objetivo de ofrecer en el futuro productos y servicios punteros y eficaces. Esa es la grandeza de esta industria, tener fabricantes de maquinaria que hacen las cosas en silencio y con efectividad práctica.
El primer fabricante del mundo, Caterpillar, selló recientemente un acuerdo con la Nasa con el objetivo de desarrollar tecnologías de perforación y minería que se usarán en yacimientos en Marte
De hecho, el primer fabricante del mundo, Caterpillar, selló recientemente un acuerdo con la Nasa con el objetivo de desarrollar tecnologías de perforación y minería que se usarán en yacimientos en Marte. La Nasa ha mostrado particular interés en poner la experiencia de Caterpillar en función de la llamada Utilización de Recursos In Situ (ISRU), o sea, el uso de esos recursos en la subsistencia y el desarrollo de misiones espaciales sin que éstas dependan del abastecimiento proveniente de la Tierra. La extracción del agua que permanece congelada en los polos de Marte garantizaría, por ejemplo, el oxígeno y el combustible necesarios para sobrevivir en el intervalo de los viajes desde nuestro planeta, estimado entre 150 y 300 días.
El secretismo que envuelve estos experimentos impide acceder a las claves del acuerdo entre Caterpillar y la Nasa ni a conocer sus diseños y presupuestos, pero es de suponer que a no mucho tardar salga a la luz pública los avances conjuntos en esta materia. Otros fabricantes importantes, sin embargo, como Volvo, Case o JCB, también preocupados por el futuro, han compartido sus avanzados diseños futuristas, que con las debidas adaptaciones podrán funcionar en la Luna y Marte.
El fabricante británico JCB, uno de los líderes mundiales en innovación de este sector, tiene su producto estrella en la versátil retrocargadora, que será uno de los equipos fundamentales en los inicios de la explotación minera espacial. JCB decidió en 2014 aprovechar las nuevas tecnologías de la información para llevar a cabo una experiencia contando con los mejores diseñadores del momento: propuso mirar al futuro y convocó un concurso con el reto para los participantes de conjugar la experiencia de utilización de esta máquina con los supuestos desarrollos y avances más punteros de las próximas seis décadas.
Volvo Construction Equipment
Por su parte, el fabricante sueco Volvo Construction Equipment ha desarrollado una gama de prototipos de tipo conceptual e innovador que demuestran su avanzada tecnología y su capacidad de diseño. Volvo CE comenzó hace tiempo con el modelo SfinX, una excavadora diseñada basándose en células de combustible de hidrógeno que convierten la energía del combustible directamente en electricidad utilizable y calor, sin necesidad de combustión. La introducción de la electricidad acabará con la necesidad de sistemas hidráulicos, que podrán sustituirse por motores eléctricos para su uso espacial. Los diseñadores han creado un brazo muy ligero para aumentar la capacidad de elevación y de excavación. Mientras que los aceros actuales luchan por hacer frente a las grandes fuerzas impuestas sobre el brazo, en Volvo predicen una nueva generación de aceros ligeros y de alta resistencia que estarán disponibles en el futuro para hacer que este diseño sea una posibilidad real.
El GaiaX es otro diseño conceptual de Volvo CE sobre la excavadora compacta del futuro. Este modelo eléctrico va equipado con baterías recargables o conectada a una fuente de alimentación externa. El diseño es completamente minimalista y la cabina ha sido sustituida por un perfil protector de acero ligero, mientras que la batería actúa por sí misma como un contrapeso del brazo de trabajo.
El modelo de cargadora sobre ruedas denominado Gryphin es un diseño extremo que elimina el ruido y las vibraciones. La máquina prevé un motor eléctrico, un brazo de tipo monobloque, motores eléctricos en cada rueda y ruedas totalmente independientes, por lo que puede literalmente elevarse para volcar su carga. El concepto también incluye una envolvente de vidrio inteligente en la cabina que automáticamente se calienta en tiempo frío y se oscurece frente a la luz brillante. El equipo cuenta con un sistema de energía regenerativa por el que las baterías se recargan cuando el operador acciona los frenos de las ruedas, lo que genera ahorros de energía de más del 50%.
Finalmente, el concepto Centauro de Volvo reescribe las reglas sobre los dúmperes articulados proponiendo una cabeza tractora ultra compacta con la parte posterior arqueada y las ruedas de gran tamaño, que permite enganchar tráileres posteriores según la naturaleza del material a transportar. Es una máquina ágil, flexible y fuerte. El Centauro se mueve silenciosamente gracias a su sistema de impulsión eléctrico ultra eficiente apoyado por sistemas de frenado regenerativos y paneles solares para suministrar energía a controles auxiliares. La hidráulica se reduce al mínimo y el líquido utilizado no es aceite sino agua. El Centauro utiliza su generador eléctrico para alimentar los motores de cada rueda, permitiendo que éstas dispongan de una verdadera tracción independiente y ayuden a moverse libremente sobre superficies irregulares.
Máquinas sofisticadas para el futuro
Estos equipos serán utilizados por control remoto y en su futuro trabajo espacial la cabina será un refugio de urgencia para los operarios. La prueba es la novedad presentada hace dos meses en Las Vegas por el fabricante Komatsu: el prototipo de un nuevo dúmper rígido autónomo en el que destaca la ausencia de cabina, pues no necesita operador a bordo para realizar sus labores de acarreo. Su concepto ha sido desarrollado para maximizar el trabajo sin presencia humana, el sistema de dirección está completamente automatizado y se optimiza en función de las condiciones del trabajo, con suelos en mal estado, deslizantes, clima adverso y espacios de carga y descarga complicados, es decir en escenarios como la Luna o Marte. Aunque su tamaño es desproporcionado para su uso en el espacio, el desarrollo de este concepto con su sistema de control remoto y los sistemas autónomos de decisión incorporados, ayudarán a pergeñar nuevos modelos adaptados a la minería espacial.
Máquinas sofisticadas como las que acabamos de ver, sencillas, ligeras y resistentes, y otras que surgirán más delante de los tableros de diseño de los grandes fabricantes, serán las primeras en explotar los recursos naturales del espacio que habrán de suministrar el soporte vital a los asentamientos humanos en satélites como la Luna y planetas como Marte.
Contemplar el porvenir es mirar hacia delante con los pies puestos en el presente y el pensamiento en el pasado. La ciencia, que es en última instancia quien ha resuelto los problemas graves planteados a la humanidad durante el transcurso de su historia, será la que nos saque del planeta y nos lleve a la conquista del cosmos, entre otras razones porque será necesario el uso de la energía y los recursos minerales del espacio para sostener la vida futura en la Tierra.
Nadie puede predecir con certeza ese futuro, o como decía Mark Twain: «Es difícil hacer predicciones, sobre todo tratándose del futuro», pero estoy convencido de que estamos en el principio de nuestra cita con el espacio. Aunque a veces la realidad va más lenta que nuestros deseos, en el próximo medio siglo habitaremos la Luna y Marte, estaremos rondando otros planetas del sistema Solar y extraeremos con normalidad los minerales de los asteroides. Hasta me atrevo a aventurar que nacerá el primer terrícola en una base espacial.
Esperemos que así sea y que este siglo XXI, que será otra centuria vertiginosa, otros cien años que cambiarán de nuevo el mundo, nos traiga muchas respuestas a tantas cuestiones que aún quedan por resolver y otros descubrimientos que todavía no hemos sido capaces ni de soñar.