En el diario El País se publicó el pasado día 7 un artículo de opinión sobre las repercusiones del ciclón que ha arrasado el sur de Myanmar, señalando que “las catástrofes naturales son lógicamente imprevisibles, pero las autoridades de un país pueden hacer bastante más de lo que la Junta Militar birmana hizo antes de que se desataran los vientos huracanados …”.

Es cierto que las autoridades birmanas podían haber hecho bastante más, habiendo quedado en evidencia la falta de un sistema de alerta temprana y la necesidad de medidas eficaces para facilitar la asistencia inmediata a los supervivientes. Sin embargo, muchos profesionales de las ciencias de la tierra tampoco nos conformarnos con la idea de que las catástrofes naturales sean lógicamente imprevisibles, ya que ello implicaría atribuir a la naturaleza una responsabilidad primordial en el origen de estas tragedias.

Sabemos que en la naturaleza se producen fenómenos muy energéticos (ciclones, terremotos, tsunamis, deslizamientos, etc.), pero las catástrofes resultantes aparecen como resultado de la interacción entre estos procesos y muchas vulnerabilidades que son de origen humano. Es decir, las catástrofes no sólo están asociadas a peligros naturales, sino a la pobreza, a la degradación ambiental, a la falta de ordenación del medio físico e, incluso, a la ausencia de democracia, como se ha demostrado en Myanmar, ante determinadas actitudes obstrucionistas de las autoridades para facilitar información y permitir la ayuda humanitaria.

Es probable que el impacto del ciclón Nargis hubiera sido menor previniendo la degradación que se produce en muchos sistemas deltaicos por la puesta en cultivo de los manglares, o evitando el uso de viviendas de madera, sin protección, a pocos metros del nivel del mar. Estos factores son los que condicionan muchas catástrofes calificadas erróneamente como “naturales”.

Las catástrofes naturales no son lógicamente imprevisibles, como a veces dicen los medios de comunicación, pero para evitarlas se requiere la voluntad de asumir una nueva cultura del territorio, hoy inexistente, en donde el hombre y el medio físico aprendan a coexistir en armonía.