Tierra y Tecnología nº 57 | Autora: Nieves Sánchez Guitián. Secretaria del Colegio Oficial de Geólogos. Exdirectora de la Escuela Nacional de Protección Civil.
La gestión de riesgos es clave en toda sociedad que quiera prosperar. Atender a lo que puede llegar a ocurrir y poner todo el conocimiento posible en ello, ahorrará muchas vidas y costes económicos. La pandemia nos lo está mostrando y, además, hemos podido ver que en ocasiones hay que gestionar varios riesgos de manera simultánea, como una nevada de grandes dimensiones. En Indonesia estos días están sufriendo la suma de movimientos sísmicos, con posible tsunami devastador, y volcanes en erupción (terremoto, tsunami y actividad volcánica suelen ir ligados en estas zonas). Pero, además, las lluvias monzónicas generan inundaciones, con los consiguientes deslizamientos. Y todo puede llegar a ocurrir simultáneamente.
La pobreza impide la resiliencia. Y sin una sociedad resiliente, seremos más vulnerables frente a todos los riesgos. Un mismo suceso puede no ser catastrófico cuando ocurre en un país desarrollado y con estructuras de protección civil capaces de hacer frente al mismo, mientras un suceso igual o incluso de inferior categoría, genera en otro punto del planeta una situación que dificulta el avance y supone un nuevo obstáculo para salir del subdesarrollo.
Tenemos en España una asignatura pendiente que es la prevención de los riesgos
En nuestro país, podrían ocurrir situaciones de riesgo verosímiles como un gran terremoto, parecido al que ocurrió en Lisboa en 1755, con rotura de alguna presa, que, a su vez, generaría inundaciones; y todo ello acompañado de un tsunami en algunas zonas costeras. Además, con efectos colaterales que podrían ocurrir si introducimos la componente tecnológica (industrias químicas o nucleares) en este dominó en el que puede llegar a convertirse una gran emergencia. Afortunadamente, el Estado español ya puede liderar una situación complicada, pues cuenta con la Unidad Militar de Emergencias, a la que debemos cuidar y mantener con los medios adecuados para que pueda disponer de la mejor logística y desarrollar sus tareas de intervención de la mejor forma posible.
Sin embargo, tenemos en España una asignatura pendiente que es la prevención de los riesgos. Quizás en nuestra cultura no estamos acostumbrados a poner números a los riesgos y a creérnoslos. Cuando ponemos valores de probabilidad y calculamos incertidumbres, debemos atender a ellos y pensar en que, si ignoramos ese conocimiento técnico y científico que nos advierte de ello, estaremos haciendo una muy mala gestión de riesgos. El cambio climático nos pone a prueba de nuevo pues requiere poner mucho conocimiento para poder adelantarse a lo que va a ocurrir y poder actuar a tiempo.
Tal como se reconoce en el preámbulo de la Ley 17/2015, de 9 de julio, del Sistema Nacional de Protección Civil, “el proceso empieza por potenciar el conocimiento sobre los riesgos como medio para preverlos y anticiparse a sus consecuencias dañosas, incorporando como una actuación diferenciada la de anticipación”.
En lo que afecta a los riesgos naturales, nos encontramos con que el tiempo dedicado a la geología como ciencia durante la formación de un estudiante de 16 años ha sido ínfimo. En la ESO la enseñanza de los contenidos geológicos obligatorios no llega al 1,8% de la carga lectiva total. En Bachillerato, no existe contenido alguno obligatorio. Pero, además, en caso de elegir dicha materia (alumnos que opten por la modalidad de Ciencias de la Salud), podría ocurrir que la baja implantación (alrededor de un 10% de los centros) de las asignaturas de Geología y Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente, impidiera atender esa demanda. Por último, la escasa formación del profesorado en dichas materias dificulta aún más que se impartan con la calidad deseable. Muy pocos geólogos o geólogas se sienten motivados a preparar oposiciones para profesorado, dado que la asignatura de ciencias naturales contiene más currículo destinado a la biología, cuando ya hace mucho tiempo que ambas disciplinas tienen caminos separados. Todo este panorama permite afirmar que la enseñanza de las ciencias geológicas en nuestro país está en clara desventaja con otras ciencias.
Toda esa realidad educativa resulta claramente insuficiente y desmotivadora para poder entender los fenómenos naturales y valorar lo que supone el efecto antropogénico en la escala geológica de los tiempos. Esta formación cada vez resulta más relevante, pues desde la escala humana no podremos abordar los grandes retos, cuyas consecuencias afectarán a bastantes generaciones futuras. La comprensión de la dimensión geológica es clave para poder abordar los grandes riesgos que tiene la humanidad.
Es necesario realizar mapas de riesgo que permitan hacer una adecuada planificación urbanística atendiendo a riesgos ambientales y naturales
En otro sentido, el cálculo económico que hicieron en 2005 expertos del IGME y del Consorcio de Compensación de Seguros estimaba en 28.000 millones de euros las pérdidas por los riesgos geológicos en España para el periodo 2004 a 2033. Entre los años 1987 y 2001 los riesgos por inundación y sísmico provocaron pérdidas de 760 millones de euros al año. Estos datos económicos serán previsiblemente mayores a futuro con los efectos que tendrá el cambio climático. La prevención se basa en analizar y tomar las medidas desde las distintas administraciones públicas. En ocasiones vemos que, al existir un Consorcio de Compensación de Seguros, se permite construir donde no se debería. Y vemos que el Consorcio cubre los daños por temporales en la costa, cuando la construcción no debería haberse producido. La ignorancia en esta materia tiene un coste real.
Es necesario realizar mapas de riesgo que permitan hacer una adecuada planificación urbanística atendiendo a riesgos ambientales y naturales (riadas, erosión, incendios forestales, problemas geotécnicos como subsidencias, deslizamientos-desprendimientos, sismos, etc.). Se trata de poner en valor el conocimiento a la hora de utilizar el suelo. Construir poniendo unas bases científicas y técnicas mejores y más sólidas. Y no volver a la burbuja inmobiliaria especulativa, sin que la construcción tenga un valor ambiental-energético y el suelo sea debidamente estudiado para su uso a largo plazo.
De la misma forma que la ciudadanía estamos reclamando ciencia para la medicina como la solución a la pandemia, también debemos reclamar ciencia para que se utilice el conocimiento existente en cualquier decisión que se tome y por todas las administraciones públicas. La carencia de personal cualificado en geociencias dentro de la función pública impide una correcta gestión de los riesgos naturales. Y ello nos hace pensar que su inclusión en las plantillas supone realmente un obstáculo frente a otros intereses económicos cortoplacistas, y por ello es mejor no contar con ese conocimiento experto. Solo una gestión responsable que tenga en cuenta la ética pública sobre otros beneficios puede hacer frente al cambio que se necesita en nuestro país.
El papel del servicio geológico nacional, bajo la muy antigua denominación de Instituto Geológico y Minero de España, resulta clave como repositorio de conocimiento en riesgos geológicos. Gestionar éstos y alertar de procesos que van a tener consecuencias catastróficas, como la desertización o pérdida de suelo, es su misión principal para una sociedad que se verá abocada al fracaso si no aborda todos estos problemas desde una visión planetaria.
España, además, sufre el gran problema de la inmigración que viene desde África y que actúa por desesperación. Este problema debemos abordarlo desde todas las perspectivas. ¿Tiene sentido importar minerales de países en los que la gestión de esos recursos naturales se hace por parte de mafias? ¿No debemos defender los valores democráticos también para transformar las estructuras de países de los cuales huyen sus habitantes? ¿Podemos aportarles conocimiento técnico para ayudar a mejorar esa realidad? Si no lo hacemos, el problema nos rebotará con costes sociales y económicos mayores para nuestro país.
La protección civil necesita de toda la sociedad como parte activa
La protección civil necesita de toda la sociedad como parte activa. Y para ello, más educación y participación son fundamentales para tener una ciudadanía que pueda tomar iniciativas como la de aquella niña de 10 años que avisó de que venía el tsunami en Indonesia.
Hay dos pilares fundamentales para avanzar hacia una sociedad más resiliente: (1) Educación para el emprendimiento, donde se dé más importancia a la formación integral del ser humano como parte de su comunidad, con más autoestima colectiva, trabajo en equipo, solidaridad, desarrollo del gusto por la innovación, el estímulo a la investigación y el aprendizaje permanente, entre otras capacidades; (2) Poner en valor el conocimiento en la toma de decisiones. Y la visión a largo plazo, con la dimensión geológica sobre la mesa. La geoética trata de eso y todo el mundo debería saber razonar con ella.
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