La revolución del gas

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Edita: Edlibrix | Primera edición: noviembre 2013 | Autor: Juan Carlos Mirre Gavalda | Páginas: 140

Con la excepción de algunos antecedentes aislados, el aprovechamiento económico del gas metano que se encuentra almacenado en el subsuelo de nuestro planeta se fue desarrollando en paralelo con el petróleo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Pero no fue hasta después de la II Guerra Mundial cuando las nuevas técnicas permitieron el tendido de gasoductos de centenares de kilómetros de longitud que facilitaron el transporte económico de gas desde los pozos productores hasta los grandes centros de consumo. Otro acelerón en el desarrollo del aprovechamiento del gas se produjo hace unos 40 años con la construcción de los primeros grandes buques metaneros que permiten el transporte intercontinental de gas licuado.

Pero ahora nos encontramos a las puertas de una nueva revolución protagonizada por el gas natural: la explotación del gas de esquistos. Se trata de una novedosa y compleja técnica desarrollada en EE. UU. que permite la obtención de este combustible en prácticamente todas las regiones del mundo, para terminar con el monopolio ejercido por los grandes países productores.

Para poder extraer el gas de esquistos deben concurrir dos elementos claves: capas de varios metros de espesor de esquistos o pizarras ricos en materia orgánica (esquistos negros), localizadas a varios centenares de metros de profundidad, y una técnica especial de sondeos petroleros horizontales y dirigidos que se conoce con el controvertido nombre de fracking.

En España, la dependencia energética es especialmente dramática. El 80% (88% si incluimos las importaciones de uranio enriquecido para las centrales nucleares) de la energía primaria total consumida proviene de combustibles importados: casi el 50% corresponde al petróleo, el 20% al gas y el 10% al carbón; prácticamente todo importado.

Esta peligrosa situación se ha ido agravando en los últimos años con el agotamiento de las minas de lignito (solo se mantienen en funcionamiento las pequeñas minas de Teruel) y el alto coste de las explotaciones de carbón de Asturias-León, con una perspectiva de cierre para dentro de pocos años. Frente a esta grave situación, se ha apostado por el desarrollo de la energía eólica y fotosolar, dos fuentes de energía eléctrica que, aparte de su inconveniente estacionalidad, resultan pesadamente onerosas, debiendo ser subvencionadas con un coste de unos 6.500 millones de euros anuales. Este lastre económico —aparte de ser soportado por los consumidores, con un encarecimiento de casi un tercio en el recibo de la luz— se transfiere a la producción industrial que debe compensar los altos costes energéticos mediante la disminución de los salarios laborales o la merma en la calidad de sus productos para así poder competir en el mercado internacional.

Mientras tanto, las cuencas sedimentarias españolas con grandes posibilidades de albergar yacimientos de gas de esquistos permanecen inexploradas. Allí duermen unos recursos energéticos que podrían ayudar a liberalizar nuestra dependencia del exterior y cuya exploración y evaluación ninguno de los sucesivos gobiernos nacionales o autonómicos se molesta en potenciar.

No debemos olvidar que las inversiones realizadas por las agencias gubernamentales americanas fueron vitales en las primeras etapas del desarrollo del gas de esquistos en EE. UU. El Estado asumió la mayor parte del riesgo y costeó con fuertes dotes presupuestarias el desarrollo de varias técnicas novedosas que para entonces (al revés de ahora) apenas parecían tener posibilidades de ser viables y cuyas perspectivas de éxito eran menguadas.

Todo lo contrario, el panorama del gas de esquistos en España está pareciéndose cada vez más al teatro del absurdo. Como a Ubú Rey, a las autoridades competentes no se les ocurre nada mejor que mirar hacia otro lado y escurrir el bulto, mientras que a algunos —como en el caso del gobierno de Cantabria, que carece de toda competencia en el asunto— deciden prohibir la exploración en su territorio ante la “peligrosa” práctica del fracking. Totalmente al revés de lo que se está haciendo en Polonia o en Gran Bretaña donde se dan incentivos fiscales a las empresas dedicadas a la exploración del gas de esquistos.