Cuando pisamos arcillas o arenas no consolidadas y saturadas en agua, esto es: playas, barras arenosas o diferentes ambientes fluviales, corremos el riesgo de toparnos directamente con un fenómeno llamado licuefacción.
Estos terrenos, tienen tanta agua en sus poros, que cuando se presionan (nuestro peso, la subida del nivel freático o incluso la sacudida de un seísmo), pierden toda resistencia y se comportan en su conjunto como un pseudolíquido. Para que se desarrolle éste fenómeno y podamos cuantificarlo, a parte del tipo de terreno, debemos tener en cuenta otros factores físicos como las condiciones iniciales, la magnitud y el número de esfuerzos, y mineralógicos, como la cementación, la textura y el índice de poros.
Para quien no lo conozca, uno de los casos más catastróficos es la licuefacción de los cimientos de los edificios, que se encuentran flotando en el terreno, sin estabilidad alguna, produciendo que se inclinen o derrumben, o las tuberías de agua, gas y electricidad enterradas en suelos susceptibles de sufrir el fenómeno, dónde los daños pueden llegar a ser desastrosos.
Aunque quizás no conocíamos este fenómeno, seguro que conocemos el siguiente ejemplo de licuefacción: las llamadas arenas movedizas. Cuando agitamos estos tipos de terrenos (ver vídeo), el suelo se licúa de la misma forma que hemos explicado. Hasta que no hay cambio de presiones, el terreno puede parecer sólido, pero cuando se le agita, los granos de arena quedan en suspensión, rodeados cada uno de una fina película de agua, lo que llamamos pseudolíquido, debido a su textura.