Tierra y Tecnología nº 41 | Texto y Fotografías | Agustín Muñoz, geólogo | En un medio desértico, como es la franja mediterránea del norte de África, los oasis son eco-agrosistemas que permiten el asentamiento de la población; son el soporte de culturas y tradiciones ancestrales, y elementos insustituibles del patrimonio ecológico y agronómico de las regiones donde se encuentran. En los oasis encontramos obras hidráulicas y modelos de gestión del agua muy originales, complejos y valiosos. La historia de estos lugares inmersos en un medio tan hostil siempre ha estado ligada estrechamente al agua, y la gestión del recurso hídrico, más que inteligente, es sabia.
El palmeral es el símbolo del oasis, es la imagen que todos reconocemos, y a la vez es su alma. Hoy, numerosas amenazas se ciernen sobre los palmerales y está en peligro la sostenibilidad del sistema. La sequía y la emigración de la población están produciendo graves daños, daños que puede que sean irreversibles en algunos casos.
En los verdes oasis (figura 1), a la sombra de sus palmeras, es donde encontramos las microexplotaciones familiares. A pesar de su reducido tamaño, las parcelas han sido la fuente tradicional de los productos de la huerta, de las frutas, de la carne de ganado vacuno, ovino, caprino y, por supuesto, de dátiles.
En el complejo microcosmos que constituye un oasis, las khettaras y otras captaciones más, las redes de riego han sido el aglutinante de los complejos valores tradicionales de estas sociedades.
El entorno natural del Tafilalet
El Tafilalet está situado al sur del Atlas, junto a la frontera argelina, extendiéndose sobre materiales paleozoicos, siendo el río Ziz el eje hidraúlico de la región. En sus márgenes oriental y meridional afloran materiales del Cretácico superior.
Las extremas condiciones climáticas existentes, prácticamente las del desierto, hacen que los cursos de agua sea efímeros y que el único recurso hídrico disponible sean las aguas subterráneas. Las pluviometrías son menores de 129 mm/año, con lugares como Taouz, junto a la frontera, con 50 mm/año. Las lluvias no alcanzan ni el 10% de la altísima evapotranspiración potencial, superior a 2.500 mm/año, y la humedad relativa es inferior al 40%.
Inmediatamente al sur de la cordillera del Atlas está el antepaís, conocido geológicamente como Anti-atlas, donde aflora una potentísima serie sedimentaria paleozoica con más de 10.000 m de espesor, plegada por la orogenia varisca y afectada por un metamorfismo de bajo grado.
La erosión actuó durante decenas de millones de años dejando un relieve esencialmente plano. En el periodo Cuaternario, los procesos erosivos han producido un encajamiento de los cursos de agua y han exhumado los materiales paleozoicos. Han quedado a la vista las estructuras monoclinales (figura 2) que forma la serie sedimentaria paleozoica, con fuertes taludes a un lado y laderas con menor pendiente en el opuesto. El talud está coronado por una potente capa dura, normalmente de caliza, de arenisca, o de cuarcita. La más mínima diferencia en la dureza de las capas es resaltada por la erosión al dejar zonas planas muy marcadas.
Cuando los estratos no presentan buzamiento, el paisaje lo conforman llanuras estructurales definidas por bancos calcáreos o areniscosos, a veces con costras superficiales, son las hamadas, que forman superficies muy planas limitadas por fuertes taludes, que son producto de la disección del relieve original por el agua.
Las condiciones de aridez actuales y los procesos erosivos han eliminado el suelo fértil, resultando un desierto pedregoso denominado hamada o reg, en él solo hay desniveles apreciables cuando los estratos duros y potentes dan los resaltes encuestas, o bien cuando los cortan los cauces de los arroyos de carácter efímero denominados ouadis (plural de oued), similares a las ramblas españolas.
Al pie de las cuestas, a veces muy escarpadas, se forman piedemontes, glacis y conos de deyección, superficies en general que tienen la pendiente contraria a la estratificación. Estas morfologías son el resultado de la acción conjunta, durante larguísimos periodos, de las ocasionales arroyadas y de la erosión eólica.
Por encima del relleno actual del oued hay niveles de glacis de ablación recubiertos por aluviones de espesor muy variable, que frecuentemente tienen costras. Los depósitos eólicos son dunas sencillas, aisladas, o en pequeños enjambres.
En el surco de los antiguos valles, excavados por las corrientes de agua, se ha producido repetidamente un complejo fenómeno de erosión y depósito; se han rellenado con materiales detríticos formados por arenas, limos, y arcillas (figura 3). Cuando hay agua, estos materiales son los que forman el suelo agrícola en los oasis.
El agua subterránea se encuentra en dos tipos de acuíferos: granulares y fisurados. Los acuíferos granulares se encuentran en los depósitos que rellenan los ouadis, y la recarga se produce únicamente en los brevísimos periodos en los que hay escorrentía superficial. Los acuíferos fisurados están en niveles calcáreos y cuarcíticos de gran potencia, intercalados entre esquistos. Son visibles en la parte alta de los escarpes, pero se encuentran también en el fondo de los ouadis cuando estos discurren oblicuamente a las estructuras geológicas.
Las captaciones de agua
La explotación de las aguas subterráneas se realiza mediante dos tipos de captaciones: verticales y horizontales. Existen casos de captaciones mixtas.
Las captaciones verticales son los pozos excavados y los pozos perforados. Los pozos excavados se realizan habitualmente de forma manual, raramente profundizan más de 15 m, y tienen entre 1 y 2 m de diámetro. Se revisten con pared de obra o anillos de hormigón, y explotan los acuíferos superficiales del relleno cuaternario del oued, en muy pocas ocasiones penetran más de 4 m por debajo del nivel freático.
Los pozos perforados alcanzan profundidades de decenas de metros con pequeño diámetro (menos de 500 mm); se realizan con máquinas perforadoras y, por la dureza de las rocas, frecuentemente a rotopercusión, se revisten con tubería de hierro ranurada. Estas captaciones explotan acuíferos profundos. En el Tafilalet se están perforando pozos de este tipo en la cabeza de algunas khettaras, para extraer los caudales necesarios de los acuíferos profundos en los periodos muy secos, el caudal necesario. Las actuaciones han tenido muy distinta fortuna, siendo muy frecuentes los resultados negativos.
El tipo de captación horizontal más original e importantísima en las regiones áridas del sur del Atlas, se conoce por el nombre de khettara, y proporcionan el agua en la mayoría de los oasis.
Este tipo de captación de agua subterránea es producto de una experiencia milenaria. El apelativo varía según la región; las más antiguas se excavaron en Mesopotamia y Persia y su nombre es qanat o kanat, en el Anti-atlas marroquí se utiliza el término khettara, en Argelia foggara, y en otros lugares kariz, fuqara, falaj, etc.
En España, este tipo de captaciones están presentes en las regiones secas; son las galerías canarias, las minas de agua en distintas regiones, las galerías con lumbreras levantinas, y los viajes de agua madrileños, denominación procedente del término latino via acquae.
Una khettara es una larga galería de varios kilómetros de longitud excavada manualmente con muy pequeña pendiente, que penetra por el subsuelo hasta alcanzar el acuífero. A veces hay solo 25 cm de desnivel por cada kilómetro de recorrido. Cuando la galería corta el nivel freático, entra agua a la galería por el fondo y por las paredes; este tramo se conoce como “cabecera de la khettara”. Gracias a la pendiente, el agua captada fluye por gravedad hacia la salida situada en el otro extremo, por tanto no precisa bombeo.
Cada 20-25 m encontramos en la superficie unos pozos verticales que llegan al techo de la galería, son las chimeneas de ventilación o reggar (figura 4), que se utilizan para sacar los materiales de la excavación y los productos de las limpiezas posteriores. También se introducen por ellos los materiales para el mantenimiento y consolidación de la galería, pero la función más importante es la seguridad: en caso de derrumbe, son las vías de escape.
Las chimeneas de ventilación no suelen tener revestidas las paredes, aunque en la superficie hay un emboquillado, esta protección evita desprendimientos y se hace con piedra e incluso se refuerza con hormigón; a veces la boca se tapa con losas para evitar la entrada de arena. Como el material extraído se vierte junto a la boca, esta queda en una posición elevada impidiendo la entrada de agua de la escorrentía (figura 5).
La khettara está íntimamente ligada a los oasis y a su cultura, pero además es la captación de agua más sostenible desde el punto de vista medioambiental, pues la khettara no llega a esquilmar casi nunca los recursos hídricos subterráneos como pueden hacer los pozos.
La construcción de una khettara es el resultado del esfuerzo colectivo de numerosos individuos, que son los beneficiarios del agua que proporciona, y suele ser la mayoría de la población del oasis.
Frecuentemente, las khettaras son rectilíneas, pero a veces presentan ramificaciones para aumentar su eficiencia.
En la actual Persia encontramos los kanats más antiguos, algunos están en servicio desde hace más de 2.500 años. Todas las captaciones similares en el norte de África son posteriores al siglo VII pues la técnica fue introducida por los pobladores-conquistadores árabes.
Gracias a las khettaras fue posible una alta densidad de población en el Tafilalet, un ejemplo fue el reino de Sijilmassa, ciudad-estado medieval que era meta y origen de una de las rutas comerciales de su época; numerosas caravanas transportaban el oro desde el otro lado del desierto, además de otras riquezas y materias primas esenciales o exóticas.
La khettara tiene dos zonas: la de captación y la de conducción.
La “cabecera de la khettara” es el tramo de captación y frecuentemente tiene problemas de estabilidad en las paredes y en el techo; se suele revestir con sillarejo de piedra seca y, a veces, se refuerza con cemento para evitar los derrumbes.
La zona de conducción comienza cuando la galería queda por encima del nivel freático, a partir de aquí cesa el aporte de agua y hay que evitar que el agua se pierda por infiltración, para ello suele bastar la solera de cemento con una pequeña vertiente hacia un canalillo central.
Conforme nos acercamos a la salida, la galería va quedando a menor profundidad. Cuando no hay altura suficiente, la galería se transforma en un canal cubierto; a partir de aquí se excava una trinchera en cuyo fondo se construye la acequia, se cubre esta con lajas de piedra o losas de cemento, y finalmente se rellena la trinchera con la misma tierra de la excavación.
Cuando el fondo del acuífero tiene irregularidades topográficas o litológicas, las khettaras se ramifican para adaptarse a los terrenos.
Por los terrenos en los que se excavan las khettaras, distinguimos dos tipos: de oued, y de roca o de montaña. Las khettaras de oued están excavadas en los materiales que forman el relleno reciente de los antiguos valles. El agua fluye hacia la khettara y entra a la galería por las paredes y por el fondo.
Las khettaras de montaña suelen comenzar en los materiales de glacis al pie de los resaltes rocosos y enseguida alcanzan los materiales del sustrato (figura 6). El agua entra por las numerosas grietas y diaclasas que va cortando la galería, bien en forma de pequeños hilillos de agua, o bien como goteos y rezumes.
El comportamiento hidrológico de los dos tipos suele ser muy diferente. Las khettaras de oued tienen una mayor inercia en su respuesta a la recarga, es decir, el caudal aumenta progresivamente varios días después de producirse la infiltración, tarda en alcanzar el máximo y el agotamiento es lento.
Las khettaras de montaña, cuando drenan acuíferos calcáreos con conductos grandes, tienen una respuesta a la recarga mucho más rápida, los caudales aumentan rápidamente y los agotamientos también son muy rápidos, con una gran oscilación de sus caudales. Cuando el acuífero es de cuarcitas diaclasadas, el comportamiento hidráulico es intermedio entre las dos respuestas descritas. La existencia de fallas influye sobre el comportamiento: una alta densidad hace que este se parezca más al de los acuíferos calcáreos; si solo hay diaclasas, el comportamiento se asemeja al de las khettaras de oued.
Las khettaras de montaña suelen dar más garantías respecto al caudal que las de oued, fundamentalmente por dos motivos: los acuíferos tienen un mayor volumen de reservas y esto les permite una mejor regulación en cada ciclo seco-húmedo; el segundo motivo es la ausencia de pozos que interfieran con la khettara por su alto costo de construcción y riesgo de fracaso, así como el gasto del bombeo.
Los instrumentos necesarios para la excavación de una khettara son elementales: picos y palas. Una polea, una cuerda y un cesto para sacar la tierra forman el resto del equipamiento.
Solamente en las khettaras de montaña se pueden encontrar capas muy duras; en ese caso se emplean explosivos en la excavación al igual que se hace en las minas.
En la construcción de la khettara se hace lo que dice y cómo lo dice el más experimentado de los obreros, el m’alam khtatri, él decide la dirección y dimensiones de la galería, la situación de los pozos de ventilación, y además dirige a los obreros en todos los detalles de la excavación.
El mantenimiento de la khettara tiene labores más penosas y peligrosas que la construcción, pues siempre se trabaja en las zonas con mayor riesgo de desprendimiento.
Actualmente no se construyen khettaras, y muy raramente se prolongan. La actividad se restringe al mantenimiento, revistiendo tramos y restaurando las bocas de los reggar. Cada vez es más difícil encontrar operarios capacitados, como ocurre en otros oficios artesanos apenas hay relevo generacional, este es un grave problema de cara al futuro, pues podría perderse la sabiduría sobre una técnica que ha permanecido inmutable a través de los siglos, y que ha sido adquirida de una forma totalmente empírica.
En regiones como el Tafilalet, hay centenares de khettaras; son el único aprovisionamiento de agua de decenas de poblaciones. El censo del año 2000 contabilizaba en la región 308 khettaras en servicio con casi 1.200 km de longitud excavada. Con el agua que captaban se regaban 155 zonas, con una superficie total de 12.750 ha.
Si se compara esta situación con la del año 1967, se ve el grado de abandono de las khettaras; habían quedado fuera de servicio 262 en los 33 años transcurridos. La principal causa del abandono han sido las frecuentes y dramáticas sequías en las últimas décadas. La fuerte disminución de los recursos hídricos ha inducido a la sobreexplotación brutal de los acuíferos. Por otra parte, el éxodo rural ha privado a las poblaciones de los recursos humanos necesarios para el mantenimiento adecuado de las infraestructuras.
Las khettaras captan el agua de forma continua, día y noche, invierno y verano. Para aprovechar al máximo los recursos captados se utilizan varias estrategias, entre las más extendidas encontramos dos: modificar la superficie a regar en función del caudal disponible, del cultivo, y de la estación; la segunda consiste en acumular el flujo nocturno en una balsa, regando durante el día con el caudal que fluye, más el agua que ha quedado almacenada durante la noche.
Gestión del agua
La gestión del agua en los oasis se realiza de una manera muy particular y solidaria. El oasis es un microcosmos en cuyo centro está el agua, por tanto, los organismos que la gestionan son a veces muy complejos y frecuentemente originales. Los métodos son fruto de la adaptación exitosa de una sociedad a un medio extremadamente hostil.
La khettara es el elemento primero y esencial, de ella surge el agua imprescindible para la vida y la agricultura del oasis. Los productos del oasis abastecen los mercados locales, y si el año es bueno también los regionales. Del oasis salen verduras, leguminosas, frutas, cereales, pero también carne y la escasa leche gracias a los cultivos forrajeros, aunque el producto por excelencia son los omnipresentes y deliciosos dátiles.
La buena gestión de las infraestructuras de riego, y por tanto de las khettaras, garantiza el desarrollo sostenible de estas sociedades, pero también la conservación del rico patrimonio sociocultural heredado.
Aunque no existe una única forma de gestión del agua, en los oasis marroquíes hay una afinidad entre las normas. En primer lugar prevalece la ley de la costumbre denominada “Derechos del Agua”. El mayor o menor derecho al recurso hídrico se obtiene en proporción a la cantidad de trabajo aportado en la construcción de la khettara y de la red de riego asociada, tanto de forma directa, como pagando el trabajo realizado por otros.
Los derechos de agua que ostenta un individuo son reflejo de su posición social dentro del estratificado sistema político-económico de la población o qsar. El qsar es una población, normalmente fortificada, enclavada en los oasis del sur de Marruecos. En el año 1950 había censados en el Tafilalet 200 qsur con 250.000 habitantes; hoy quedan menos de 80 qsur a pesar de que la población es de 600.000 habitantes, esto indica un gran cambio en los tipos de asentamiento.
El método más usual para la distribución del agua es el denominado “por partes”. La unidad se llama nouba o fardia, que es el agua suministrada por la khettara en un periodo de 12 horas, la cual se entrega a un propietario o se reparte entre varios usuarios en función del volumen de sus derechos. Por tanto, una khettara de 22 fardias supone un ciclo completo de riego en 11 días. Como consecuencia, el volumen de agua que corresponde a una fardia es diferente para cada khettara, como también lo es la superficie regada. Un grupo de usuarios puede decidir agruparse y explotar en común la totalidad de sus derechos de agua (figura 7).
El proceso del reparto del agua entre los regantes está bajo la supervisión del cheikh o amghar y del mezreg, cargos elegidos por seis meses por la jmaa o Consejo de la localidad.
Sus competencias, además de la adecuada distribución del agua de riego, es velar por el buen mantenimiento de las infraestructuras, y también mediar en los pequeños conflictos.
Presente y futuro de las ‘khettaras’
Las khettaras de la región son el resultado de un proceso que ha ido madurando a lo largo de siglos. Esta sabiduría hidráulica se ha plasmado en obras que han mantenido un delicado equilibrio, y que han sabido adaptarse a los cambios introducidos en cada época histórica.
La grave situación en que se encuentra la explotación de los acuíferos superficiales es consecuencia principalmente de la severa sequía de las últimas décadas. También tiene una gran parte de culpa la introducción poco afortunada de una tecnología y una cultura productiva ajenas al sistema tradicional. Aunque las ideas y las técnicas introducidas no son malas en sí mismas, los resultados indican claramente que su aplicación no ha sido la adecuada, que no han dado una respuesta eficaz a los cambios que genera la nueva situación técnica y social.
Quizás, la raíz de los problemas actuales está en que generalmente las nuevas técnicas se aplican buscando resultados exclusivamente a corto plazo, despreciando parte de la sabiduría amasada a lo largo de siglos, y enfocada en la sostenibilidad y continuidad de los sistemas hidráulicos.
Existe una pugna entre los pozos y las khettaras por la explotación de las aguas subterráneas.
Los pozos se encuentran generalmente en el oasis o en sus inmediaciones, mientras que las khettaras captan el agua en zonas fuera de la influencia de estos pozos; por ello, los dos sistemas son compatibles y complementarios.
El problema aparece cuando se hacen pozos cerca de la cabecera de la khettara de otros regantes, situados aguas abajo. En este caso, los recursos extraídos por los pozos mermarán el caudal de la khettara, estableciéndose una competencia entre los dos sistemas de usuarios diferentes.
Tras un largo periodo de sequía, el nivel freático desciende y el caudal de los pozos disminuye. Los pozos siguen sacando un caudal menor y pueden vaciar completamente el acuífero. Lo que ocurre es que la recuperación de las condiciones hidrogeológicas iniciales es mucho más lenta que en el caso de las khettaras; sin embargo, se aprovecha mejor la capacidad de regulación del acuífero.
El pozo es una obra de mucho menor costo que una khettara y es accesible a un pequeño grupo de usuarios, e incluso a nivel individual. En la construcción de los pozos no existe la capacidad de aglutinar a la comunidad que tienen las khettaras, por tanto, su repercusión social es menos importante.
Al analizar los dos tipos de explotaciones, vemos que los pozos presentan ventajas de oportunidad sobre las khettaras, pues la sobreexplotación del acuífero las deja secas o con caudales insuficientes.
Un efecto de la sobreexplotación que a veces no se contempla es el aumento en la salinidad del agua subterránea. Según los datos disponibles, el contenido en sólidos totales disueltos oscila entre 1.500 y 2.000 ppm, aunque a veces asciende hasta las 3.000. La conductividad del agua se encuentra entre 2 y 2,8 mmhos/cm.
El catión Na+ es abundante, resultando valores de SAR altos, lo que incluye las aguas en el tipo C4, según la clasificación del Laboratorio de Salinidad de los Estados Unidos, es decir, válidas para riego bajo ciertas condiciones, y solamente para cultivos tolerantes a la salinidad.
En casos de conflicto de intereses, o se alcanza una autorregulación en la explotación de los recursos dentro de la zona, o bien se adapta la khettara. Así, pues, nuevos tiempos exigen nuevas estrategias como vamos a ver.
Hay dos estrategias para consolidar la disponibilidad de agua: una consiste en cuantificar los recursos hídricos disponibles, y realizar obras de adaptación de las captaciones; la otra consiste en incrementar los recursos disponibles.
Dentro de la primera estrategia es necesario medir los caudales de las khettaras y el volumen extraído de los pozos; después, prolongar las khettaras, construir pequeños pozos en el interior de las galerías, establecer controles de descarga en tramos de la cabecera, etc.
Dentro de la segunda estrategia, un papel esencial lo juegan las pequeñas presas en los ouadis para inducir la recarga. Otro factor importante es la explotación sostenible de los acuíferos profundos mediante la perforación de pozos, principalmente junto a la cabecera de las
khettaras.
Una de las grandes dificultades en la primera estrategia es que cada vez resulta más difícil encontrar operarios para trabajar en las galerías de las khettaras. Otra también importante es que es preciso realizar pequeños bombeos en algunos casos, y esto choca con la mentalidad de los usuarios, aunque se plantee con energías renovables, como la solar o la eólica.
En la actualidad, hay pequeñas presas de hormigón que buscan retener el agua y recargar (figura 8), pero esto mismo se lograría con presas de gravedad de tierra compactada con un sobradero adecuado, y que son más baratos de construcción. También se realizan pozos profundos, pero aquí el número de resultados negativos es muy alto.
De un análisis detallado resulta que, en general, tanto las presas como las perforaciones, se han situado en emplazamientos poco adecuados al faltar un análisis geológico suficiente.
Para encontrar la salida a esta crisis hídrica, será necesario construir nuevas infraestructuras y adaptar otras, pero sobre todo hay que contemplar la situación con una mentalidad abierta e innovadora, con participación activa también de los usuarios, y con una planificación previa, que procure siempre adelantarse a los problemas, y no ir a remolque de ellos.