Hasta el 19 de febrero podremos disfrutar de la obra de la artista Janet Echelman en la Plaza Mayor de Madrid, para cuya realización se han utilizado los datos geocientíficos del terremoto que ocurrió en Japón en 2011

La Plaza Mayor de Madrid se vuelve a vestir de Arte. Con motivo del IV Centenario de la Plaza Mayor el Ayuntamiento de Madrid dio a conocer el programa Cuatro Estaciones, con el fin de reinventar la Plaza mayor a través del arte urbano. De hecho, la penúltima instalación que se proyectó en octubre fue la obra del artista SpY, cuya obra consistió en adornar con césped natural más de 3.500 metros cuadrados, dándole un aspecto más natural y transformando el habitual paisaje de terrazas llenas por el de gente tomando el sol, haciéndose selfies o simplemente disfrutando de la obra. Las otras dos obras dentro de la Plaza Mayor fueron en primavera con la instalación del artista SUSO33 y en verano cuando acogió el Laberinto de Residuos del colectivo Luz Interruptus.

Esta vez, la nueva de las instalaciones que se ha proyectado sobre la Plaza Mayor, corre a cargo de la artista estadounidense Janet Echelman, conocida en el mundo por sus obras realizadas viejos y nuevos materiales sobre edificios o esculturas, combinando los elementos como el aire o el agua, cambiando así la propia esencia los espacios urbanos. Algunas de sus obras más sonadas son la instalación She changes (2005) ubicada en Oporto  o alguna más reciente como la escultura Impatient Optimist (2015) en la Fundación Bill & Melinda Gates en la ciudad de Seattle.

Desde el pasado 9 de febrero y hasta el próximo 19 de febrero podremos disfrutar en la Plaza Mayor la última de las obras proyectadas por el Ayuntamiento de Madrid para devolver a esta característica plaza su verdadera importancia y protagonismo dentro del callejero de Madrid. La obra, titulada 1.8, toma su nombre  del terremoto ocurrido en Japón en 2011. Este sismo aceleró la rotación de la Tierra momentáneamente acortando la longitud del día en 1.8 microsegundos. El objetivo de la obra es hacernos pensar en los ciclos del tiempo que se efectúan, con la dicotomía siempre presente de la artista: la combinación de los elementos. En palabras de la artista: “contemplar una manifestación física de la interconexión de opuestos: lo suave y lo duro, la tierra y el cielo, las cosas que dominamos y las fuerzas que están más allá de nuestro control”.

La obra, con unas medidas de 21 metros de alto, 45 metros de largo y 35 metros de ancho se levanta gracias a cuatro monumentales postes sobre la estatua de Felipe III ondeando a merced del viento, ya que gracias a sus materiales ligeros como son el polietileno de peso molecular ultra alto (UHMWPE), una fibra más de quince veces más fuerte que el acero, constituye la parte estructural de la pieza, y por otro, cordones de nylon de alta resistencia hacen de la obra un monumento ligero y volátil pero a la vez que resistente. Además, la artista ha decorado con colores la obra. Durante el día la podemos observar con unos colores entre el morado y el azul eléctrico, y por la noche la obra se ilumina gracias a un entramado de luces que hacen que fluctúe en un gran espectro de colores, combinando movimiento y luz.

Para la realización de 1.8 se han tomado como base los datos científicos del terremoto de Japón de 2011, generando la forma en 3d a través de los grupos de datos sobre la altura de las olas del tsunami que se propagó por todo el océano Pacífico. Una de las nuevas técnicas artísticas que hacen que la actividad científica entre de lleno en un mundo tan cambiante como es el del Arte. Así, las ondas provocadas en la tela metálica emulan el vaivén de las olas provocadas por el tsunami, a la vez que también son una representación de lo lento y rápido que puede llegar a ser un mismo día. En consecuencia, la utilización de los colores hace que cambien con la luz del día y de la noche, ilustrando la idea de que nada es perpetuo y todo puede cambiar según el día y el momento. De igual forma, la artista ha manifestado que no hay una visión única de la instalación, sino que se pretende que cada persona de una visión propia y personal. La gente puede ver el mismo objeto pero desde un ángulo diferente, incluso en el mismo ángulo y perspectiva la obra puede cambiar fruto de los movimientos del aire y la tonalidad cromática en el que ese momento se encuentre la obra.

Desde luego, el universo del arte fue, es y será un escenario cambiante, lleno de improvisación y avance en temas y técnicas. Desde que en la primeras edades se utilizaran los elementos químicos y los minerales para convertirlos en pigmentos con los que adornar desde paredes de cuevas hasta las bóvedas de las más increíbles catedrales europeas. Podemos decir que la geología y las bellas artes siempre han ido unidas por el mismo camino, eso sí, cada una a su manera. Vivimos una verdadera transformación artística. No sólo pensemos en los pigmentos, fruto de la alteración geoquímica, pensemos también en las composiciones naturales que podemos observar en las montañas, en las fallas o en los surcos que deja la lava destruyendo y creando al mismo tiempo; pensemos también en el trabajo artístico que son los mapas geológicos, verdaderos lienzos de colores y formas que constituyen la cartografía geológica de una determinada área.

Muchas son las obras de arte actuales que se apoyan en la ciencia para su creación, sobre todo fotografía y microfotografía. Con la obra 1.8 observamos como ya se han dejado de lado esos pigmentos y esas formas, pero se ha sabido reinterpretar la ciencia geológica de una manera totalmente diferente, esta vez con datos geocientíficos del sismo ocurrido en Japón en 2011. Dando lugar a una estructura nueva y en 3D. El dato geocientífico llevado a su máxima representación artística y conceptual.


Por: Javier Argento es documentalista por la Universitat de València y actualmente trabaja en la biblioteca del Instituto Geológico y Minero de España.