Esta es una historia de dos Finisterre. Uno es el nuestro, el extremo de Europa, el Finisterre atlántico, un concepto fácil de aprehender para nosotros, porque está al oeste de nuestro mundo, tal y como se fue conociendo desde la antigüedad. Pero el otro está más allá del océano, y era otro principio -u otro final, según se mire- aunque lo más sorprendente es que hubo un tiempo en que ambos extremos estaban juntos, pegados literalmente, aprisionados durante el Paleozoico en el supercontinente Pangea.
El 13 de octubre de 1849, el gran pensador estadounidense Henry David Thoreau, mientras visitaba el Cabo Cod, en el extremo oriental de Massachusetts, escribía en su cuaderno: “la playa más cercana a nosotros, al otro lado, hacia donde mirábamos, hacia el este, está en la costa de Galicia, en España, cuya capital es Santiago”, y fantaseó sobre como el mito de las Hespérides se había ido desplazando hacia el oeste con el paso de los siglos, persiguiendo el dictado latino `Plus Ultra’ (más allá) “pues la tierra se asoma a nuestra imaginación por un espejismo común”.
Nunca supo que estaba describiendo una realidad física. El precursor del ecologismo moderno, gran amante de los mitos clásicos, habría enloquecido de alegría si hubiese podido saber que, hace 300 millones de años, desde la cima de su querido monte Katahdin, en Maine, hubiera podido distinguir, frente por frente, buena parte de las cimas de las montañas variscas europeas. E incluso planificar una excursión a pie para escalarlas una a una, sin tener que cruzar ningún océano.
Y es que, en el Paleozoico, cuando la deriva continental aprisionaba al actual basamento rocoso de la península ibérica contra la placa continental americana, a la altura de Terranova, la Orogenia Varisca estaba levantando un gigantesco cinturón de cordilleras que, tras la posterior separación del Pangea, quedarían repartidas a ambos lados del actual océano Atlántico: del lado americano, los montes Apalaches; del europeo, el Sistema Ibérico, y dentro de él, el Macizo Galaico.
De conocer la deriva continental, Thoreau habría establecido rápidamente la analogía entre aquella separación continental con el mito de Hércules, que separó Europa de África con las columnas que llevan su nombre. Además, a buen seguro aprovecharía para hilvanar alguna preciosa metáfora sobre la hermandad de las tierras y los pueblos que habrían de habitarlas a lo largo de esta epopeya geológica.
Pero por desgracia, el precursor del senderismo moderno, gran viajero en los libros, pero que solo pudo salir en vida de EEUU para visitar Canadá, no pudo ni soñar con la posibilidad de divisar las cimas del Macizo Galaico desde sus amadas cumbres de los Apalaches, en Maine. La teoría de la deriva continental de Alfred Wegener tardaría aún casi cien años en ser aceptada por la comunidad científica desde su muerte, en 1868.
De hecho, al autor de “La desobediencia civil” -cuya lucidez inspiraría a Gandhi y a Martin Luther King- le hubiese resultado admirable la lucha de Wegener para que el movimiento continental fuera reconocido por la ciencia. Meteorólogo de profesión, fue muy denostado por atreverse a redefinir los principios de la geología misma, y por presentar una idea tan disruptiva como revolucionaria: la corteza continental es dinámica, y los continentes han ocupado posiciones distintas en el pasado (y lo harán en el futuro).
Hoy, casi dos siglos después de la histórica conferencia “Una excursión a Katahdin”, pronunciada por Thoreau el 27 de abril de 1848 en el liceo de Concord, y más de 100 años de la publicación de “La teoría de la deriva continental”, de Wegener, el Sendero de los Apalaches -que comienza en Georgia y acaba en Maine, precisamente en la cima del Monte Katahdin- representa el epítome de la experiencia deportiva del senderismo mundial.
Cubrir a pie sus 3.500 kilómetros está considerado una hazaña existencial y física, solo al alcance del 3% de los tres millones de personas de todo el mundo que comienzan el sendero entre Georgia y la cima del Monte Katahdin. Y aún para los que no lo logran, como en la historia que protagonizan Robert Redford y Nick Nolte en “Un paseo por el bosque” (título que hace un guiño a los títulos “Un paseo invernal” y “La vida en los bosques”, del propio Thoreau) les cambia la vida para siempre.
El Sendero de los Apalaches (AT por sus siglas en inglés) es a Norteamérica lo que el Camino de Santiago a Europa: de los que lo emprenden, el que no busca un desafío para su físico, lo persigue para su mente, pero es ambas cosas, y ello lo ha convertido en un fenómeno imparable. En 2024, la vía jacobea fue recorrida, en cualquiera de sus variantes, por 500.000 peregrinos, y el Sendero de los Apalaches por 3.000.000.
Y si es cierto, como dijo Goethe, “Europa se hizo peregrinando a Compostela”, una cita que supone una loa al poder unificador y europeísta de los caminos, también es verdad que buena parte del pensamiento naturalista y ecologista moderno se forjó en torno al Sendero de los Apalaches. En su caso, la Compostela mística, el preciado final del Sendero de los Apalaches, en donde se llora al llegar, como los peregrinos en la Praza do Obradoiro, es el monte Katahdin, hogar de los indios Penobscot que tanto admiraba Thoreau
REPETIR LA HISTORIA PARA APRENDER DE LOS CAMBIOS
Si los antiguos continentes de Gondwana y Laurasia se acercaron en el Paleozoico hasta fundirse en un abrazo colosal, para luego separarse hasta su posición actual, la idea de un sendero universal basado en la divulgación pedagógica y científica de aquel acontecimiento puede ser también una realidad a ambos lados del actual Atlántico. ¿Cómo?. Muy sencillo: siguiendo las huellas de la tremenda cicatriz orográfica que dejó la colisión en los bordes continentales, las “zonas de sutura”, a ambos lados del océano, una vez se hubieron separado. Allá quedaron los Apalaches. Aquí los macizos variscos europeos, entre ellos el Sistema Ibérico y, dentro de él, el Macizo Galaico, con sus sierras como la de San Mamede, en el Macizo Central Ourensano, y las de Courel y Ancares.

En el Paleozoico, durante la fase más compacta del Pangea hace unos 300 millones de años, el Monte Katahdin y la Serra de San Mamede, junto al resto del Macizo Galaico, estaban frente a frente. Gráficco: Luis Congil/Estimación de ubicación sobre la placa ibérica, modificado a partir de Pedro Correia & J. Brendan Murphy.
Desde 1994, la Organización Internacional del Sendero de los Apalaches decidió extender el trazado original del AT hasta Quebec y Terranova, siguiendo las huellas de las montañas creadas en la orogenia varisca: el sendero se convirtió en un fenómeno internacional.
Diez años después, en 2009, el sendero saltó el Atlántico, y las huellas de la orogenia varisca de este lado del océano comenzaron a reproducir el movimiento pedagógico del Apalachian Trail original. Hoy existen secciones del Sendero Internacional de los Apalaches muy bien desarrolladas e implantadas en Irlanda, Escocia, Inglaterra y Francia, todos ellos territorios con abundante presencia geológica del Ordovícico.
En todos ellos los trazados han seguido los rastros de la antigua orogenia varisca, especialmente por los restos de las cordilleras montañosas y sus rocas formadas hace 300 Ma. Pero además de estas evidencias geológicas de un pasado diluido en los eones, el sendero también se articula en todos los países donde se ha desarrollado siguiendo una partitura cultural, antropológica y científica, aprovechando los antiguos caminos ancestrales para interpretar una sinfonía de divulgación.
NUEVO RETO EN ESPAÑA: LLEGAR A LOS 3.000 KM LINEALES
Ahora, este camino de conocimiento y ciencia plantea un nuevo reto en España, que alberga las formaciones variscas más importantes al sur de Europa: ofrecer el recorrido más largo de una sección del Sendero en el viejo Continente. Las estimaciones de la Asociación Internacional del Sendero de los Apalaches para España es que se podrían superar, con un planteamiento lineal, los 3.000 kilómetros de experiencia senderista de primer nivel.
Y es que la huella de la orogenia varisca en la península ibérica es mucho más que sus montañas: está en la esencia misma de su formación. Según detalla el geólogo y profesor Rubén Díez en “Evolución tectónica de la Iberia varisca: la colisión entre Gondwana y Laurasia revisitada”, las características de un orógeno de colisión “pueden ser observadas en la península ibérica, concretamente en su basamento cristalino, denominado en la literatura científica como Macizo Ibérico”.

De ello representan un magnífico ejemplo las rocas deformadas por la construcción del orógeno varisco observadas en Galicia, entre otros lugares. Para A. Pérez Estaún, en “La cordillera Varisca Europea: el Macizo Ibérico”, en “Geología de España”, IGME (2020), las subzonas del territorio gallego “se corresponden con la parte central del desdoblamiento herciniano del macizo, donde hay mayor deformación y metamorfismo y plutonismo”.
La península ibérica nos ofrece, como una palma de la mano, su propia línea central como una valiosa herramienta divulgativa. La sucesión de antiguos plegamientos variscos desde el Macizo Ibérico, los montes de León, los montes de Toledo y las sierras de Ossa-Morena, albergan todas ellas los restos del titánico abrazo varisco de los continentes. Esta colisión, hace 300 Ma, hizo subducir entre ambas al fondo del océano Reico y, posteriormente, levantar los materiales hasta las cumbres de los montes Apalaches al oeste, y el Macizo Ibérico al este, con cumbres tan altas como la del Everest actual.
Entre ambos supercontinentes, Laurasia y Gondwana (nuestros territorios actuales pertenecían en su mayoría a este último) se ubicaba otro grupo de microcontinentes que se agrupan hoy bajo la denominación convencional de “Armórica” o “Arco armoricano”, y que fueron arrastrados y compactados entre ambas muelas de la prensa continental.
Esos territorios, y otras placas dispersas por el antiguo océano Reico, como Avalonia -del lado americano- y Meguma Terrane también fueron atrapados en aquella primera “tortilla española”, y algunos geólogos afirman que forman parte hoy de los “terrenos alóctonos” (superpuestos a la placa Centroibérica) que ocupan hoy el centro de Galicia.

Con la mayor cantidad de cordilleras variscas en línea recta en un solo país de Europa, España podría desarrollar el tramo más largo en este continente con una disposición lineal. La extraordinaria belleza del Sendero Internacional de los Apalaches de Irlanda, de Escocia o de Islandia podría así verse complementada con un recorrido de cerca de 3.000 kilómetros secuenciales.
El Sendero Ibérico de los Apalaches podría ofertarse así como una experiencia de desafío personal como el que ha asociado al espíritu de los “thru-hikers” (senderistas de larga distancia) en el sendero de los Apalaches original.
LOS BOSQUES GALLEGOS, PIONEROS
La Asociación Internacional del Sendero de los Apalaches asume este reto, y ha comenzado por presentar la propuesta del primer tramo en las cordilleras con mayor expresión del movimiento de los continentes y del choque que ocasionó la orogenia varisca durante el abrazo del Pangea: Galicia, y sus montañas del Macizo Galaico.
Además de ofrecer una extraordinaria belleza paisajística, las montañas del centro de Galicia concentran como un tesoro numerosas evidencias de la presión de aquel colosal choque geológico entre continentes. La Serra de San Mamede, la Ribeira Sacra, las montañas del Courel y Ancares, las mariñas de Lugo y las antiquísimas rocas del Geoparque de Ortegal, hasta los acantilados de San Andrés de Teixido, conforman un atlas geológico y natural que se rebela como uno de los más bellos de Europa, con 530 km absolutamente singulares.

El trazado del SIA-Galicia ofrece una experiencia única a lo largo de esos 530 km de exuberante belleza natural, en el que conviven parajes que son reservas de flora y fauna únicos en el continente, como el biduiral de Montederramo o las montañas de O Courel, con elementos patrimoniales y antropológicos singulares a nivel planetario, como las pallozas de Os Ancares, y geográficos y geológicos, como las ofiolitas de Ortegal.
Dos geoparques (Courel y Ortegal), el Pliegue tumbado de O Courel o las ofiolitas de Ortegal- varias zonas de especial protección de gran valor ecológico (Veigas do Támega, Serra de San Mamede, Courel, Ancares, Riberas del Eo, As Mariñas) y un paisaje sobrecogedor como el de la Ribeira Sacra, alejado de núcleos urbanos, con una linealidad dibujada a lo largo de 530 km de antiguos senderos, ofrece una experiencia única en Europa, y muy cercana en su desafío deportivo a la experiencia de los thru-hikers.
El Sendero Internacional de los Apalaches presume de ser el único camino del mundo que cruza un océano. En 1994 nació como organización internacional, y el 2009 saltó el Atlántico y llegó a Europa. Irlanda y el Ulster son dos de los territorios que han sabido aprovecharlo como vertebrador de un enorme motor turístico, y en 2013 los acantilados de Slieve League, en Donegal, fueron oficialmente añadidos al mapa del Sendero. Un recorrido de 449 kilómetros que ofrece una extraordinaria experiencia, integrando recursos dispersos pero de enorme valor individual, como la famosa Calzada del Gigante.
Escocia también ha sabido aprovechar el potencial del IAT/SIA para hilvanar recursos y construir un relato conjunto para el turismo deportivo y de naturaleza. También allí miles de caminantes emprenden cada año el sendero desde su extremo sur, en el faro de Mull of Galloway, siguiendo el Firth O Clyde Rotary Trail, pasando por Glasgow, y continuando por el West Highland Way a través de Loch Lomond y el Parque Nacional Trossachs hasta Fort William y el Mar del Norte. Similares iniciativas han sido desarrolladas en el Reino Unido y Francia en la segunda década de este siglo.

Y ahora el IAT/SIA llega a Galicia, el finisterre atlántico de la antigua Laurasia, reconocido internacionalmente por la belleza de sus paisajes. Y lo hace precisamente enhebrando sus enclaves naturales más excepcionales y admirados, como la Ribeira Sacra, el Macizo Central ourensano, las sierras de O Courel y Ancares, las mariñas lucenses, la costa del Cabo Ortegal y San Andrés de Teixido. Más de 530 kilómetros de una singularidad incomparable, escaparate perfecto de la Orogenia Varisca la sutura del Océano Réico, la compresión del Pangea y todos los demás fenómenos apalachenses que dan sentido al IAT/SIA.

El SIA/IAT comenzó su actividad en España el 7 de septiembre de 2010, tras la reunión de los promotores españoles con los responsables del IAT, encabezados por Dick Anderson, creador del sendero como iniciativa internacional, y la geóloga española Ruth Hernández Paredes, que identificó los primeros terrenos apalachenses de la Península, y es actualmente la presidenta del SIA en España.
Los primeros enclaves en desarrollar recorridos apalachenses fueron la zonas de Villuercas-Ibores-Jara y Tierras de Calatrava. Todos ellos ofrecen recorridos locales de interés geológico.
Ahora, la propuesta del SIA-Galicia ofrece una experiencia única para el disfrute natural, deportivo y científico. Cumpliendo fielmente con los principios apalachenses de unir culturas, territorios y experiencias antropológicas, el sendero apalachense de Galicia reúne en un solo trazado lineal de 530 kilómetros un recorrido que hará las delicias de los “thru-hikers”, partiendo de las estribaciones el Macizo Galaico en la comarca de Verín y el Alto Támega, la Ruta Romasanta con los 100 primeros kilómetros, atravesando el Macizo Central Ourensano por parajes de inigualables valores estéticos y geológicos, pasando por el espacio protegido del Bidueiral de Montederramo y cabeza de Manzaneda, hasta la Ribeira Sacra.
En los cañones del Sil el SIA-Galicia se encamina hacia el norte, atravesando dos espacios protegidos de gran valor natural, patrimonial y humano: las sierras de O Courel y Os Ancares. Se llega a ellos tras el intenso esplendor de la Ribeira Sacra, ascendiendo por los valles de Quiroga, donde se encuentra el pliegue tumbado de O Courel, un perfecto ejemplo de las titánicas fuerzas de la Orogenia Varisca durante la formación del Pangea. El SIA-Galicia asciende a la comarca de Navia de Suarna, desembarcando en la belleza abrumadora de Os Ancares. Luego, remontando el curso del río Eo, el sendero alcanza la costa de la Mariña lucense, para girar al oeste y encaminarse al Geoparque de Ortegal, lugar de gran interés por albergar las rocas más antiguas de Europa. Finalmente, en una alegoría del extremo finisterre europeo y el puente que suponía durante el Pangea, el SIA-Galicia finaliza, como un símbolo de sus valores, en San Andrés de Teixido, lugar de culto ancestral, donde “va de muerto quien no fue de vivo”.
SLIEVE EAGLE: LA CONTINUIDAD POR EL NORTE
En 1994 nació como organización internacional, y el 2009 saltó el Atlántico y llegó a Europa. Irlanda y el Ulster son dos de los territorios que han sabido aprovecharlo como vertebrador de un enorme motor turístico, y en 2013 los acantilados de Slieve League, en Donegal, fueron oficialmente añadidos al mapa del Sendero. Un recorrido de 449 kilómetros, que supone la continuidad geológica por el norte del SIA-Galicia, que finaliza en unos de los acantilados más altos de la Europa Continental: San Andrés de Teixido.
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