Autores: Dr. Miguel Ángel Rodríguez Pascua; Dr. Andrés Díez Herrero; Dr. Raúl Pérez López; Dra. Nieves Sánchez Jiménez Este trabajo se publicó en la 2ª edición del libro «La Profesión de Geólogo» editado por el Ilustre Colegio Oficial de Geólogos.

Desde que se escribió la primera edición de este libro han tenido lugar una gran cantidad de eventos catastróficos que han generado problemas a la sociedad a nivel mundial. Caben destacar los terremotos de Wenchuan (China, 2008), Haití (2010), Tohoku (Japón, 2011) y México (2017), sin olvidarnos, aunque a otra escala, del terremoto de Lorca (2011). Ha habido grandes inundaciones como las de Paquistán y China (2010), Tailandia (2011), Krasnodar (Rusia, 2012) o Arizona (EE.UU., 2014); aparte de un interminable goteo de víctimas mortales en Mozambique, Brasil, Italia, Francia… y España. O erupciones volcánicas como las del Eyjafjallajökull en Islandia en 2010, del complejo volcánico Puyehue-Cordón Caulle en 2011 y del Calbuco en 2015, ambas en Chile, o la reciente erupción del Monte Agung en Bali en 2017, y ya en territorio español la erupción submarina en El Hierro en 2011 que dio lugar a la formación del volcán Tagoro. Todas ellas afectaron de forma importante a la población, a la actividad económica, y a la sociedad en general, de forma local en unos casos y mundial en otros. Precisamente estos casos han puesto de manifiesto la necesidad del trabajo del geólogo y la aplicación de la Geología, tanto a la prevención como a la actuación sobre el terreno durante la emergencia.

Los procesos naturales se rigen por una dinámica caótica, por lo que los métodos estadísticos que se utilizan para calcular la peligrosidad y el riesgo no reflejan de forma adecuada la realidad, por tanto debería tenerse en cuenta el proceso geológico que subyace en todos ellos. Estos mapas nacieron para las aseguradoras y ahí es donde son útiles, ya que matemáticamente son impecables, pero su errónea interpretación fuera de este ámbito puede llevar a errores importantes. Precisamente por esto ahí es donde el geólogo hace valer su trabajo, ya que aporta algo que ninguna otra profesión puede aportar en este ámbito, que es tanto el conocimiento sobre la naturaleza del fenómeno en cuestión como su ocurrencia en el tiempo. Por este motivo, el trabajo del geólogo puede aportar datos sobre las características de catástrofes pasadas no registradas documentalmente o mediante instrumental, o cuyo registro se haya perdido, y de catástrofes futuras, teniendo una importantísima labor en la prevención. Precisamente las medidas preventivas y las de autoprotección son las que más vidas salvan en las catástrofes naturales y reducen considerablemente las pérdidas económicas. Incluso durante la catástrofe, el geólogo puede jugar un papel fundamental en el diseño de la organización de la gestión de la emergencia, como por ejemplo ocurriría en caso de terremoto, donde los efectos geológicos de los terremotos no los predicen los actuales mapas de peligrosidad.

las medidas preventivas y las de autoprotección son las que más vidas salvan

La peligrosidad y el riesgo concebidos probabilísticamente siguen siendo útiles para empresas aseguradoras y gestores públicos, ya que fueron creados para estimar pérdidas y estudiar la viabilidad de instalaciones e infraestructuras ante catástrofes de gran envergadura. Pero lo que en un principio fue creado para las aseguradoras ahora se está utilizando para la protección del ciudadano, construcciones y patrimonio, como si fueran verdades absolutas y definitivas en el tiempo. Por ejemplo, los mapas de susceptibilidad y peligrosidad volcánicas son útiles para un momento concreto y para un peligro específico, pero deben ser periódicamente actualizados con los nuevos datos que van proporcionando los propios procesos naturales a medida que se suceden. Es decir, los mapas de peligrosidad y riesgo deben ser algo dinámico en constante actualización y no algo estático. El desarrollo histórico de la cartografía de riesgos, por ejemplo, de los mapas de inundaciones, así lo demuestra, habiendo pasado de los antiguos mapas de catástrofe o desastre, a mapas para el diseño de obras preventivas y, posteriormente, mapas de peligrosidad y riesgo (Olcina y Díez-Herrero, 2016); pero en el futuro la tendencia será hacia la incorporación del conocimiento geológico que permita acotar las incertidumbres mediante la consideración del máximo evento registrado.

Los eventos catastróficos dejan su registro en la geología y mediante el estudio de este registro cuaternario es posible identificar grandes eventos que tuvieron lugar tanto en el pasado histórico como prehistórico y reciente. Este registro geológico se encuentra principalmente en sedimentos recientes y en evidencias geomorfológicas. Los principales procesos geodinámicos y meteorológicos con capacidad de generar eventos catastróficos y registro geológico de los mismos son, entre otros:

A- Procesos geodinámicos externos

  • Colapsos
  • Subsidencia
  • Erosión
  • Deslizamientos
  • Inundaciones y avenidas
  • Procesos de arroyada
  • Expansividad y colapsabilidad de suelos

B- Procesos geodinámicos internos

  • Terremotos y maremotos (tsunamis)
  • Vulcanismo
  • Diapirismo

C- Procesos meteorológicos

  • Lluvias torrenciales
  • Huracanes
  • Tornados
  • Aludes

El intervalo temporal que se suele tener en cuenta en riesgos naturales abarca todo el Holoceno, pudiendo extenderse a parte del Pleistoceno, como ocurre con instalaciones nucleares (500 ka). Es por tanto, la Geología del Cuaternario la responsable del aporte de datos para la peligrosidad y posterior cálculo del riesgo. La Geología va a ser capaz de aportar nuevos datos al registro en intervalos temporales muy amplios, integrarlos y obtener mapas de peligrosidad que serán utilizados para calcular el riesgo. El hecho de localizar espacialmente zonas susceptibles de ocurrencia de eventos catastróficos tiene aplicación en ordenación del territorio y en la reducción de la vulnerabilidad de estructuras preexistentes. Por tanto, la Geología aportará datos estructurales, (por ejemplo, en el caso de las erupciones volcánicas, aportará datos como localización y forma de centros de emisión, fisuras eruptivas, fallas y diques, orientaciones de las mismas, características de los depósitos volcánicos, potencia y alcance de coladas, etc.), cuantificación de eventos y sus intensidades, periodos de retorno en intervalos temporales amplios (Pleistoceno- Holoceno), cálculo de peligrosidad y cartografía de la misma y ordenación del territorio.

El trabajo que realiza

La labor que realizará el geólogo en riesgos estará condicionada por el tipo de riesgo a tratar; pero independientemente de este, el trabajo constará de una parte teórica y de investigación, y otra práctica y aplicada. Todo este trabajo está siempre integrado dentro de equipos multidisciplinares, independien-temente del tipo de riesgo a tratar. A continuación trataremos los tipos de riesgo con mayor incidencia en España, entre los que se encuentran el volcánico, sísmico, deslizamientos y el de mayor ocurrencia, las inundaciones.

Geología de terremotos

Teniendo en cuenta esto, podemos utilizar como ejemplo uno de los riesgos más impactantes en la sociedad, como es el riesgo sísmico. En cualquier estudio de riesgos es necesario recopilar toda la información existente al respecto en la zona a estudiar, tanto registros sísmicos históricos e instrumentales como trabajos geológicos previos (cartografías geológicas y geomorfológicas, estudios geofísicos, geocronologías, etc.), siempre que estos existan. Uno de los puntos clave será la cartografía de fallas con evidencias de actividad neotectónica reciente, bien sea por criterios geomorfológicos, estratigráficos o estructurales. Bien, ya tenemos un conjunto de fallas “candidatas” a ser sismogenéticas, pero necesitamos conocer cuál es la orientación de éstas con respecto al campo de esfuerzos reciente y actual, ya que este es el responsable del movimiento de las fallas activas, por tanto, fallas preferentemente orientadas al campo de esfuerzos serán potencialmente activas. La geomorfología será, en este caso, una gran aliada para observar que fallas potencialmente activas presentan evidencias de actividad sísmica reciente. Es clave tener un control tridimensional de las fallas e hipocentros, ya que si los planos de falla tienden a ser horizontales veremos sobre el mapa “nubes” de epicentros que en superficie no se ajustan a ninguna traza de falla, pero que si observamos en un corte correctamente orientado podremos asignar a un único plano. En el caso de fallas de buzamientos altos, como son los desgarres, los epicentros aparecerán perfectamente alineados según la traza de la falla. Esto lo podremos comprobar de forma práctica si dibujamos sobre una hoja de papel unos puntos de forma aleatoria, asumiendo que el papel es un plano de falla y los puntos hipocentros de terremotos, si ponemos el plano vertical todos los hipocentros se proyectarán en la horizontal sobre la traza de plano de falla y si disminuimos la inclinación de la hoja veremos en planta una nube de puntos sin que se observen alineaciones.

¿cómo podemos saber si la falla se ha movido generando terremotos?

Pero, ¿cómo podemos saber si la falla se ha movido generando terremotos?, para este paso de la investigación surge la paleosismología, encargada de estudio de los terremotos antes de las primeras crónicas históricas. Generalmente, debido a la juventud de los escarpes de origen sísmico acaecidos durante el Holoceno, la erosión aún no ha podido generar afloramientos donde se puedan observar con claridad las fallas, por lo que tendremos que recurrir a técnicas de trinchera artificial que seccionen el plano de falla a estudiar (Fig. 1).

La elección de la posición de la trinchera es uno de los puntos más delicados e importantes de la investigación. Para este objetivo nos podremos ayudar de la microtopografía y de la geofísica, como perfiles gravimétricos, tomografía eléctrica o de georadar, para confirmar en la medida de lo posible, que el lugar seleccionado para realizar la trinchera es el adecuado. Una vez realizada la trinchera y cortada la falla, pasaremos a estudiar los diferentes saltos de falla que se hayan producido, mediante el estudio estratigráfico de las cuñas detríticas asociadas a cada salto de falla. Si podemos ver la estría de la falla y calcular el salto real para cada evento y conocemos la longitud de la ruptura, se podrán calcular las energías necesarias para mover la falla en cada terremoto. El siguiente paso es realizar la geocronología de cada uno de los terremotos, utilizando la técnica más adecuada en relación a los materiales que estemos cortando. Otra forma de identificar terremotos es la localización de sismitas (estructuras de deformación de origen sísmico en sedimentos recientes), siendo los lagos uno de los medios sedimentarios mejores para su registro.

Fig. 1. Trincheras paleosismológicas realizadas en la falla activa de Pachatusan (Cuzco, Perú).

En 1954, Gutenberg y Richter ya advierten que en la mayoría de los países los registros sísmicos usuales abarcan solamente unos pocos siglos y que muchas zonas con fallas activas no han registrado terremotos importantes. Este es el claro aporte de la geología y, en este caso de la paleosismología, proporcionar datos en abanicos temporales amplios y la determinación de las principales fuentes sismogenéticas, que son esenciales para la elaboración de mapas de riesgo sísmico. En los últimos años, la Arqueosismología ha progresado notablemente aportando importantes datos sísmicos en zonas donde no había registro ni geológico ni histórico. En esta disciplina se requiere la colaboración directa entre geólogos, arqueólogos, historiadores y arquitectos, ya que estudia estructuras de deformación sísmica en yacimientos arqueológicos y edificios patrimoniales. A pesar de que la Arqueosismología abarca todo el periodo durante el cual la humanidad ha dejado restos que han perdurado en los sedimentos y rocas que han podido verse afectados por terremotos, esta disciplina cobra especial importancia con la aparición de las primeras construcciones humanas. Por ejemplo, un periodo muy interesante es el romano, con importantes obras e infraestructuras públicas que han perdurado hasta nuestros días y que, sin embargo, es muy desconocido a nivel sísmico en España. Valga como ejemplo el recientemente descubierto terremoto de Complutum (actual Alcalá de Henares, Madrid) que destruyó esta ciudad romana en la segunda mitad del s. IV y que no ha quedado registrado en ninguna crónica (Fig. 2). Gracias a técnicas arqueosismológicas, ha podido cuantificarse la magnitud de este terremoto, que fue en un intervalo de entre 5,5 y 6,6.

Fig. 2. Cisterna romana realizada con mortero hidráulico fracturada por diques de arena procedentes de la licuefacción sísmica del sustrato infrayacente a esta construcción. Terremoto de Complutum s. IV AD. Yacimiento romano de La Magdalena (Alcalá de Henares).

El trabajo del geólogo también está relacionado con la prevención, en este caso con el diseño de escenarios sísmicos, donde se puedan prever la ocurrencia de determinados efectos ambientales como licuefacciones, deslizamientos, grietas en el sustrato, etc. Todos los efectos ambientales de terremotos quedan registrados en la escala macrosísmica ESI07. Esta escala de intensidades se basa en la clasificación de los efectos causados por los terremotos sobre las personas, construcciones humanas (edificaciones e infraestructuras) y en el medio natural (efectos ambientales o geológicos). Este parámetro de tamaño sísmico proporciona una estimación de la severidad de la sacudida sísmica teniendo en cuenta los efectos producidos por el rango completo de frecuencias del movimiento ondulatorio así como de las deformaciones estáticas que se produzcan. La importancia de esta escala radica en que no es necesario tener poblaciones para registrar intensidades, como ocurre con las escalas clásicas, sino que los efectos se reparten por todo el territorio, incluidas las poblaciones. Gracias a esto se pueden localizar con mayor precisión la localización epicentral de terremotos históricos, por ejemplo.

Riesgo volcánico

Uno de los riesgos naturales con mayor impacto social es el volcánico, pues aunque es el menos frecuente de todos, es potencialmente el más dañino, y una pequeña erupción puede producir efectos globales como ocurrió con la erupción del volcán Eyjafjallajökull en Islandia en 2011 que paralizó el tráfico aéreo en buena parte del globo terrestre durante varios días con unas considerables pérdidas económicas a nivel mundial. Las mayores pérdidas se producen normalmente en los bienes (tierras, cosechas, ganado, infraestructuras) y trastornos en las comunicaciones y transporte, más que en vidas humanas pues, a diferencia de otros procesos geológicos, las erupciones volcánicas sí pueden predecirse, y si se hace con la suficiente antelación, es posible evacuar a la población y evitar irreparables pérdidas de vidas humanas.

El riesgo volcánico en España queda circunscrito a las islas Canarias, pues todas ellas salvo La Gomera son islas volcánicas activas (se considera activo aquel que ha tenido erupciones volcánicas durante el Holoceno -11700 años-). En las islas Canarias se han producido 17 erupciones históricas (el periodo histórico abarca desde la conquista alrededor de 1400): 7 en La Palma, 2 en El Hierro, 6 en Tenerife y 2 en Lanzarote, donde han tenido lugar los procesos eruptivos de mayor envergadura y magnitud de los ocurridos en las islas en período histórico, teniendo en cuenta el número total de días con erupción, así como la superficie cubierta por materiales volcánicos. También se encuentra en las islas el estratovolcán Teide, el tercer volcán más alto de la Tierra considerado desde el fondo marino.

El estudio de los riesgos volcánicos ha experimentado un fuerte desarrollo y evolución en los últimos años, de forma paralela al avance en los conocimientos de volcanología y a la aparición y desarrollo de nuevas técnicas de monitorización volcánica, que ahora son capaces de proporcionar multitud de datos en tiempo real que pueden servir para mejorar el pronóstico de la erupción a corto plazo y en la mejora del proceso de construcción del árbol de eventos para la evaluación del riesgo. El avance en el estudio del riesgo volcánico en los últimos años no hubiera sido posible sin el desarrollo de las herramientas de los Sistemas de Información Geográfica, que permiten la integración de todos los datos en un único sistema, y el análisis integrado de todos ellos en un plazo de tiempo mínimo, con la consiguiente mejora de las predicciones a medio y corto plazo de las erupciones volcánicas.

Cuando hablamos de riesgo volcánico nos referimos a la expectativa de pérdida debido al impacto de un evento volcánico peligroso, es decir, el riesgo estará en función del valor de los elementos expuestos a un peligro volcánico concreto. La peligrosidad volcánica se refiere al fenómeno geológico y podemos definirla como la probabilidad de ocurrencia de un evento volcánico dañino en un periodo de tiempo determinado y en un espacio concreto. La probabilidad espacial de la apertura de un nuevo centro emisor se conoce como susceptibilidad volcánica que, junto a los estudios de los períodos de recurrencia de dichos eventos, da como resultado una estimación de la peligrosidad volcánica. Es en estos campos donde la aportación de la geología es fundamental con el estudio y conocimiento de los procesos y productos volcánicos, mientras que en la estimación del riesgo intervienen otros expertos no relacionados con la ciencia, como gestores, políticos, etc.

Al estudiar el riesgo volcánico, entendiendo que hablamos de la peligrosidad, hemos de tener en cuenta en primer lugar el tipo de volcán de que hablamos, si es un volcán poligenético que da como resultado un estratovolcán complejo, o un volcán monogenético que se forma en una única erupción, si es una erupción efusiva con emisión de coladas o domos, o si es explosiva, con emisión de nubes de ceniza de proyección de bombas y escorias, caída de piroclastos, si hay emisión de coladas piroclásticas o si se puede producir una inyección de aerosoles en la atmósfera. Hay que tener en cuenta además los riesgos asociados al proceso eruptivo que no son propiamente volcánicos, como la sismidad (ondas de choque, terremotos y temblores volcánicos), deformaciones del terreno, los deslizamientos o los lahares que pueden producirse independientemente de que al final haya o no erupción, o los incendios. Por todo ello, el riesgo volcánico es uno de los más complejos de evaluar y estudiar. A ello hay que añadir que es un proceso que puede durar días, meses o incluso años y que finalmente puede o no haber una erupción, a diferencia de los terremotos, inundaciones o deslizamientos que pueden considerarse eventos puntuales en el tiempo.

Para una adecuada evaluación de la peligrosidad volcánica, el geólogo debe conocer en primer lugar la historia eruptiva del volcán

Para una adecuada evaluación de la peligrosidad volcánica, el geólogo debe conocer en primer lugar la historia eruptiva del volcán mediante el estudio de sus depósitos: estratigrafía de los materiales, espesor y alcance de las coladas y distribución de materiales piroclásticos. Debe realizar muestreos de los materiales para su caracterización y análisis posterior en el laboratorio (Fig.3), donde se estudiará su composición, sus características petrológicas, y hay que tomar muestras para intentar datarlas, etc. A su vez, estos datos se utilizarán de parámetros de entrada en los modelos físicos y numéricos necesarios para la estimación de la peligrosidad volcánica cuantitativa, como un proceso dinámico que pueda ser utilizado en momentos de crisis volcánicas. Del estudio de los materiales y productos de las erupciones pasadas podremos obtener datos sobre su magnitud y explosividad, características fundamentales para la estimación de la peligrosidad volcánica.

Fig. 3. Fisura principal de la erupción de Timanfaya 1730-36 (Lanzarote). La fotografía de detalle es un muestreo de piroclastos de la erupción de Timanfaya, Lanzarote (Islas Canarias).

Los estudios petrológicos y geoquímicos arrojarán luz sobre la dinámica de la erupción y, en combinación con los anteriormente citados, de la extensión de la misma. De las dataciones podremos obtener los periodos de recurrencia para los distintos tipos de eventos volcánicos considerados. La cartografía de los centros de emisión, fisuras eruptivas, fallas y diques y sus orientaciones nos dará una información fundamental sobre el campo de esfuerzos de una zona concreta y sus características estructurales, dando así información sobre los lugares más susceptibles de albergar un nuevo centro eruptivo.

Todos estos datos geológicos son los que se utilizarán como punto de partida para la elaboración de los mapas de susceptibilidad y peligrosidad volcánica, a los que si añadimos la vulnerabilidad de los elementos expuestos nos darán información sobre el riesgo volcánico de un área concreta. Sin estos datos, cualquier estimación del peligro volcánico no tendrá ninguna aplicabilidad real, pues carecerá de lo fundamental, que es la experiencia y el conocimiento de las erupciones pasadas.

Las erupciones volcánicas presentan la ventaja frente a otros procesos naturales potencialmente peligrosos de que “nos avisan”, emiten señales de que algo está cambiando en el sistema. Podremos detectar estas señales, si hay un sistema de vigilancia adecuado, si ese sistema registra lo que el volcán está diciendo, y si podemos interpretar correctamente esos datos. Esta situación no siempre es así, en algunas ocasiones porque no hay nadie escuchando, es decir, no sabíamos que había un volcán que podía entrar en erupción y no se estaba vigilando, o porque no podemos registrar los cambios que se producen.

Para mejorar esa situación, y más cuando hablamos de zonas intensamente pobladas, una de las aportaciones más importantes del trabajo del geólogo será desentrañar la historia eruptiva previa para conocer los eventos pasados y saber qué podemos esperar del futuro, calcular los periodos de recurrencia para la peligrosidad y aportar los datos que serán la base de los modelos físicos y matemáticos para la elaboración de modelos y mapas de peligrosidad y que permitan un buen diseño del sistema de vigilancia.

Riesgo por deslizamiento y colapso

Son los procesos gravitacionales los principales responsables de deslizamientos y colapsos, pudiendo causar daños económicos y sociales importantes, al afectar tanto a poblaciones como grandes infraestructuras. Un caso extremo de esta situación son los deslizamientos que se pueden producir en embalses, los cuales podrían generar problemas importantes por desbordamiento o la rotura directa de la cerrada de la presa.

Los deslizamientos son conocidos en sentido genérico como movimientos de ladera y están influenciados tanto por procesos geológicos, como climáticos, sin olvidar parámetros ambientales como la deforestación. Las laderas de los relieves que vemos en superficie tienden a un equilibrio en las condiciones actuales y es al variar alguna de estas condiciones cuando se pueden generar los deslizamientos, que pueden ser de muy diferente naturaleza: deslizamientos rotacionales y traslacionales, flujos, desprendimientos, vuelcos, avalanchas, desplazamientos laterales, etc., condicionando sus características en función del tipo de sustrato deslizado (rocas, suelos, derrubios, etc.). La labor del geólogo en este tipo de riesgos va a estar encaminada a evaluar la peligrosidad de ocurrencia en el caso de que varíen algunas de las condiciones ambientales, como es el movimiento de materiales por una gran obra, para lo cual utilizará la mecánica de rocas y la ingeniería geológica. Estas técnicas están íntimamente ligadas en el caso de los deslizamientos y aportarán predicción y soluciones a la interacción con la actividad humana que genera las situaciones de riesgo.

El trabajo de campo estará precedido de la revisión de la cartografía geológica existente y de fotointerpretación y teledetección. La geomorfología es otra herramienta básica en la identificación de deslizamientos o zonas susceptibles de serlo, por lo que el uso de mapas geomorfológicos va a aportar una información básica en este tipo de riesgos. Esto focalizará la búsqueda de afloramientos susceptibles de producir daño. El reconocimiento sobre el terreno de zonas inestables servirá para la toma de datos in situ (como fracturación), aplicar técnicas de geofísica, ensayos de campo y toma de muestras, y si es necesario se realizarán sondeos. Una parte importante del estudio son los ensayos geotécnicos de laboratorio que aportarán datos geomecánicos de los materiales estudiados y que servirán para el cálculo de estabilidad. Otra técnica empleada es la monitorización mediante instrumentación de laderas, con el uso de inclinómetros, extensiómetros, tiltímetros y piezómetros, que dan una información a tiempo real de la evolución del deslizamiento o potencial deslizamiento. Con todos estos datos se elaboran modelos y mecanismos de rotura, que se podrán utilizar para tomar medidas correctoras.

Los factores que más van a influir en este tipo de riesgos, y que tiene que aportar el trabajo del geólogo, son los siguientes: litologías y grado de alteración, estructura, comportamiento geomecánico, propiedades físicas y resistentes de las rocas y parámetros hidrogeológicos. Nuevamente es necesario un trabajo multidisciplinar, ya que, por ejemplo, fuertes precipitaciones pueden generar importantes deslizamientos, por lo que la interacción con la meteorología es clara. Otro mecanismo disparador de deslizamientos son los terremotos, teniendo en España buenos ejemplos asociados a terremotos históricos importantes (Fig. 4).

Fig. 4. Desprendimientos en el Tolmo de Minateda (Albacete, España), asociados al terremoto de Lisboa de 1º de noviembre de 1755. Nótense las tumbas antropomórficas (visigodas) cuya posición original era la zona alta del Tolmo. Calizas bioclásticas marinas del Mioceno medio.

Riesgo de inundaciones

El riesgo geológico cuya consumación tiene mayor incidencia en nuestro país es el de las inundaciones asociadas a las avenidas y crecidas fluviales, generando pérdidas que se aproximan a los 750 millones de euros al año (desde el año 1987); se estima que aumenten a los 857 millones anuales hasta el 2033; y una pérdida de vidas humanas que supera las 350 víctimas mortales en las dos últimas décadas en España.

El papel del geólogo en el análisis y prevención del riesgo por inundaciones debería ser fundamental en cualquiera de los métodos de análisis de la peligrosidad habitualmente empleados: hidrológico-hidráulicos, histórico-documentales, geológico-geomorfológicos, y botánicos (Díez-Herrero et al., 2008); si bien, como es lógico, su papel es más relevante en el empleo y desarrollo de los métodos geológico-geomorfológicos.

el papel del geólogo no debe limitarse en un mero imitador o aprendiz de las técnicas hidrológicas habituales del ámbito de la ingeniería civil

Comenzando por los métodos hidrológicos de estimación de caudales de avenida, el papel del geólogo no debe limitarse en un mero imitador o aprendiz de las técnicas hidrológicas habituales del ámbito de la ingeniería civil (análisis estadístico de caudales y modelación precipitación-escorrentía), sino que puede aportar nuevas visiones para mejorar los estudios como: consideración del papel de la constitución litológica y la estructura geológica en las abstracciones iniciales del proceso de transformación lluviaaportación (número de curva); incidencia de parámetros geomorfológicos (índice de bifurcación, densidad de drenaje, sinuosidad de cauces…) en la génesis y propagación de la onda de avenida (hidrograma unitario geomorfológico, onda cinemática geomorfológica). Especial utilidad tiene la información geológica en la mejora del análisis estadístico de caudales de avenida, puesto que las series de datos instrumentales (caudales máximos registrados en las estaciones de aforo) suelen ser cortas (rara vez superan la treintena de datos anuales), muy localizadas y por lo tanto poco representativas espacialmente de las zonas problemáticas y estadísticamente (rara vez registran extremos). De ahí que los datos del registro paleohidrológico de inundaciones (depósitos, dendroevidencias y liquenometría; Benito y Díez-Herrero, 2015) sea de utilidad para completar o a sustituir los datos sistemáticos (ampliando el registro temporal en varios siglos y milenios) (Fig. 5), mejorando los ajustes de las partes altas de la función de distribución de frecuencias (baja frecuencia, alta magnitud), donde mayor incertidumbre existe. La formación geológica en sedimentología fluvial, petrología exógena, geomorfología y geocronología resulta imprescindible e irremplazable para la reconstrucción de las paleoinundaciones y su incorporación al análisis estadístico de caudales.

En los métodos hidráulicos de simulación de la circulación del agua de avenida por la superficie terrestre, el geólogo puede aportar la visión hidrodinámica y evolutiva de los cauces y sus márgenes. De esta forma, los estudios deberían incorporar la importancia de las acciones elementales de erosión, transporte y sedimentación en la movilidad del lecho en los modelos numéricos; especialmente de la importancia del volumen y tipología de materiales transportados (como carga de fondo, suspensión y flotación) en las características reológicas del flujo y la peligrosidad asociada. Pero sobre todo, la geología puede aportar una visión evolutiva que permita conocer tendencias de migración de los elementos del cauce y la posibilidad de que se produzcan fenómenos de avulsión y captura, que cambian radicalmente la posición del canal activo y zonas peligrosas y en riesgo asociadas.

Fig. 5. Esquema que representa las diferentes fuentes de datos en paleohidrología de inundaciones en el trabajo que realiza el geólogo en el campo.

En lo que se refiere a los métodos geológico-geomorfológicos, el empleo de las evidencias empíricas de inundaciones del pasado (depósitos, formas características…), constituye la única prueba objetiva de las zonas que en el pasado se han inundado, cómo ha respondido cada sector del territorio, y qué efectos ha tenido en los elementos expuestos y vulnerables. Por ello, la participación del geólogo es fundamental aportando evidencias objetivas, frente a las hipotéticas avenidas de diseño para altos periodos de retorno, que no dejan de ser un mero artificio estadístico, sin contrastación física de que se va a desarrollar como predicen los modelos. La realización de detallados mapas del cauce y la llanura de inundación, delimitando elementos geomorfológicos y sus facetas a partir de fotointerpretación estereoscópica multitemporal (referencia del vuelo americano de 1955-56 y actual), es una aportación valiosa de los geólogos al Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables, cuya guía metodológica detalla cómo realizar empleando técnicas geomorfológicas (Marquínez et al., 2008; Sánchez y Lastra, 2011).

Los campos de aplicación práctica de estas aportaciones del geólogo a los análisis de la peligrosidad y riesgo por inundaciones son muy variados, y van desde el dimensionamiento de los órganos de desagüe de infraestructuras hidráulicas (ya que el reglamento de seguridad de presas de embalse establece en 10.000 años la avenida de diseño; Benito et al., 2004); hasta la ordenación territorial y urbanística a diferentes escalas; o la adopción de medidas naturales de retención de agua en el territorio y restauración de riberas; pasando por el establecimiento de sistemas de aseguramiento e iniciativas de educación en el riesgo; sin olvidar la incorporación de la incidencia del cambio global en los estudios de riesgo, tal y como propugna la Directiva europea de inundaciones.

Con toda esta información sobre peligrosidad, obtenida mediante diferentes técnicas de campo, gabinete e informáticas, e independientemente del tipo de riesgo, se obtendrán los mapas de riesgo al integrar estos valores con la vulnerabilidad y exposición. Todos estos mapas serán utilizados a diferentes niveles, desde ayuntamientos hasta nivel estatal, pasando por comunidades autónomas, pero con un único objetivo, reducir la incidencia de los riesgos geológicos que puedan afectar a la población. Por tanto, el trabajo del geólogo en riesgos es uno de los que mayor repercusión social puede tener y en el que la sociedad puede ser consciente de la importancia de dicha labor.

El trabajo del geólogo durante la emergencia

Según la Organización de Naciones Unidas (ONU) y a partir de los datos disponibles hasta el año 2015, se producen una media de 335 desastres naturales que afectan a todo el mundo cada año, donde la media de personas fallecidas es de 33.000. Entendemos por desastre natural a cualquier catástrofe debida a la dinámica propia de la Tierra y que afecta a los bienes y a las personas con una magnitud enorme. Por consiguiente, estas catástrofes generan enormes pérdidas de vidas humanas, de bienes y que por sí sola puede colapsar la sociedad que la sufre. Dentro de estas catástrofes están los terremotos, las erupciones volcánicas, las inundaciones, deslizamientos del terreno, subsidencias y hundimientos, caídas de rocas, huracanes, tormentas tropicales, tifones, cambios del nivel del mar de tipo súbito, grandes nevadas, y olas de frío y calor, entre las más importantes y de mayor magnitud. Hemos omitido de forma deliberada las epidemias o las catástrofes radiológicas, químicas y biológicas, puesto que vamos a centrarnos en aquellas donde los geólogos tenemos mucho que aportar.

Por ejemplo, cada año el Servicio Geológico Británico estima que en el mundo hay una media de 15 terremotos de magnitud mayor a 7, y que en cada siglo hay 10 terremotos de magnitud superior a 8. Estos terremotos afectan a zonas pobladas con desigual suerte. En función del grado de inclusión de la información sobre los efectos geológicos de los terremotos destructivos en la prevención y gestión de terremotos, el número de víctimas oscilará varios órdenes de magnitud. Además, la existencia de cartografía y bases de datos de fallas activas, la implantación de políticas educativas informando y “formando” sobre “qué hacer” en caso de gran terremoto y la aplicación de códigos constructivos que incluyan información “útil” sobre las aceleraciones que puede alcanzar el terreno, tipo de vibración y dirección de propagación de las ondas destructivas, mitigaran sus efectos sobre las sociedades golpeadas.

el Instituto Geológico y Minero de España está implantando la Unidad de Respuesta Geológica de Emergencia (URGE)

En este sentido, ¿qué es la geología de emergencias? La Geología de Emergencias se entiende como la aplicación de los conocimientos geológicos sobre fenómenos naturales asociados a riesgos geológicos y que ayuda en la PREVENCIÓN, GESTIÓN y RECUPERACIÓN, durante una catástrofe por inundación, terremoto, etc. La gran novedad en estos tiempos es que la geología además de la PREVENCIÓN, puede aportar mucho en la GESTIÓN de la emergencia durante las horas “calientes”, que son las emergencias durante las horas “calientes”, que son las inmediatamente posteriores a la emergencia, como durante el restablecimiento de los servicios esenciales. Como ejemplo, desde el Instituto Geológico y Minero de España, se está implantando la Unidad de Respuesta Geológica de Emergencia (URGE), como un grupo operativo con formación en geología y riesgos naturales, junto con formación en emergencias y protección civil. ¿Qué puede aportar un geólogo de emergencias? La formación del geólogo incluye el estudio de las inundaciones más allá de los registros históricos, permitiendo calcular los caudales máximos durante las inundaciones que ha dejado el registro geológico, así como entendiendo el tipo de respuesta hídrica ante inundaciones, tanto de tipo “lento” como las inundaciones “súbitas”. Esta información es crucial para la gestión de emergencias al estimar la zona afectada, zona inundable, zonas de baja velocidad de agua donde acumulará carga transportada, capacidad de arrastre o desplazamiento de grandes cargas, etc. De esta manera, ayuda en la planificación de la emergencia al director operativo de la Emergencia, así como al gestor que ha de tomar decisiones importantes de amplio alcance en poco tiempo.

Aquí es donde el Geólogo de Emergencias tiene un papel protagonista. En general, cuando se produce una gran catástrofe, los países dejan en manos de los servicios de Protección Civil y Unidades Militares (nacionales y extranjeros) la gestión de la emergencia. Sin embargo, en general estos técnicos y gestores desconocen “qué está pasando”, y sobre todo “cómo va a evolucionar”, al no tener una formación propia en Riesgos Geológicos. En este contexto, lo inteligente es incorporar geólogos con formación en Riesgos Naturales (terremotos, inundaciones, deslizamientos, volcanes, etc.), que además tengan formación en Protección Civil y Emergencias, con experiencia en trabajo conjunto con expertos en la Gestión de Emergencias, personas a cargo de la emergencia y cualquier gestor con competencias en la toma de decisiones.

Dentro de la estructura de la gestión propia de la emergencia, los Geólogos de Emergencias tienen cabida en: (1) el Comité de Coordinación (CECO) junto con los gestores encargados de la emergencia (director operativo, director técnico, representantes políticos, técnicos de emergencias, etc.), asesorando sobre grandes números: área afectada, réplicas de terremotos, zonas inundables, evolución a 24 h y los próximos 7 días del fenómeno natural responsable de la emergencia. (2) Grupos Operativos: como un geólogo forense, registrando datos “in situ” que ayuden a entender como se ha producido el fenómeno catastrófico, alcance del mismo, y como va a seguir evolucionando. No hay que olvidar que durante el restablecimiento de los servicios esenciales por parte de los servicios de emergencias se elimina información “útil” para que los geólogos dictamen sobre el riesgo sufrido o por sufrir, y ayuden a la toma de decisiones. Son los datos “efímeros” imprescindibles para los Geólogos de Emergencias y que solo pueden ser medidos e interpretados por ellos. (3) Comité de restablecimiento y explicación del fenómeno, para dar toda la información a la comunidad y que ésta se implique en la emergencia sabiendo “lo que está pasando” y que sus decisiones no aumenten el daño. Realizan informes sobre lecciones aprendidas y cómo mitigar el daño la próxima vez que el terremoto o inundación ocurra (Fig. 6). No hay que olvidar que los fenómenos geológicos destructivos son “recurrentes” en el tiempo. Si aumentan las víctimas por catástrofes naturales es debido a que aumenta la exposición de la población, la cual suele olvidar aquellas desgracias que sufrieron sus abuelos, o los abuelos de sus abuelos.

Fig. 6. El trabajo del geólogo durante la emergencia. En la fotografía de la izquierda trabajando integrados dentro del CIDI (Centro de Integración y Difusión de la Inteligencia) de la UME durante un simulacro. En la de la derecha trabajando sobre el terreno durante el terremoto de la Emilia Romagna de 2012.

Finalmente, para abordar con éxito la gestión de estas catástrofes, no solo hay que ser imaginativo, hay que incorporar a los Geólogos de Emergencias, expertos que conocen dónde hay una falla activa, dónde una zona es más probable que se inunde y con qué velocidad y capacidad de carga arrastrará el agua, o si una erupción volcánica será explosiva y devastadora, o tranquila y fotogénica. Pero además, cuando estemos de lleno en una catástrofe natural, también nos dirá cómo evolucionará el fenómeno, por qué se ha producido la magnitud del daño, y qué decisiones ayudarán a reducir esa magnitud, y no a aumentarla. Es aquí donde las instituciones responsables de la formación de los geólogos y las administraciones que las financian, son los responsables de llevar esta profesión a la entidad que le corresponde.

Los conocimientos que aporta

La complejidad de los procesos geológicos hace que la experiencia y la alta cualificación del profesional dedicado a riesgos sea una de las claves para su trabajo. Los fenómenos que son relativamente sencillos desde un punto de vista teórico, cobran una gran complejidad cuando el geólogo se enfrenta al problema sobre el terreno. Esta cuestión hace que en algunos casos se obvien a priori procesos potencialmente peligrosos por profesionales ajenos a la Geología o se tomen medidas “sobre el papel” sin realizar los estudios adecuados. En este caso, el trabajo del geólogo es clave a la hora de informar sobre riesgos potenciales y mitigar sus consecuencias, cobrando una dimensión social incuestionable. Los conocimientos que aporta van a tener fundamentalmente tres componentes: teórica, práctica e integradora de procesos; tanto en el registro de nuevos datos de catástrofes, como el tratamiento de información a tiempo real.

El geólogo aporta conocimientos sobre el medio geológico, dinámica de procesos, integración y tratamiento de datos e interpretación genética de procesos, entre otros

El conocimiento del medio geológico será utilizado por el geólogo para planificar el estudio a realizar, diseñar las campañas de campo, toma de muestras, tratamiento de datos, etc. Como consecuencia de esto podrá elaborar presupuestos para evaluar los costes económicos totales de la investigación a realizar. El trabajo de campo se basa fundamentalmente en la experiencia adquirida por el profesional de la geología a lo largo de los años. Esta es una de las fases más importantes de todo el proceso de cálculo de riesgos, puesto que la calidad de los modelos y cartografías finales van a depender de la exactitud y rigurosidad en la toma de datos en campo. Esto irá combinado con estudios de teledetección y cartografía digital que apoyará la campaña de campo y reconducirá el diseño de la toma de datos. El tratamiento de los datos en gabinete es otro de los puntos clave: partiendo de buenos datos de campo, los análisis serán más sencillos y las soluciones arrojarán luz sobre los procesos estudiados.

Como ya se ha mencionado anteriormente, una de las claves para el conocimiento en profundidad de las catástrofes naturales, es aumentar el registro de datos en intervalos temporales mucho mayores que los existentes en la actualidad. Es decir, que la clave del futuro está en el pasado geológico. Por ejemplo, un volcanólogo aportará datos de los diferentes tipos de erupciones que ha podido tener un determinado volcán a lo largo de su historia geológica, lo que redundará en que las medidas de seguridad estarán condicionadas por estos datos. Ese mismo volcanólogo, integrado en un equipo multidisciplinar de geofísicos y geoquímicos, será capaz de interpretar en tiempo real la información que pueda llegar de la monitorización de un volcán activo y realizar una predicción a corto plazo de la evolución de la erupción.

Por tanto, la labor del geólogo en riesgos debe integrarse en un equipo multidisciplinar de expertos, que en su conjunto serán los encargados de realizar la evaluación del peligro en cuestión. Y aportará conocimientos sobre el medio geológico, dinámica de procesos, integración y tratamiento de datos e interpretación genética de procesos, entre otros.

Herramientas que utiliza

Las herramientas que maneja un geólogo en riesgos no son muy diferentes de las que se utilizan en otras áreas de conocimiento de la Geología, puesto que, dependiendo del problema al que se enfrente, estas podrán ir desde técnicas estratigráficas hasta sistemas de información geográficos (SIG), pasando por la geocronología. Lo que va a variar fundamentalmente es la forma de utilizarlas y la interrelación entre ellas.

Como ya se ha citado con anterioridad, una de las claves del estudio de riesgos naturales es el trabajo de campo, para el cual siempre son imprescindibles las clásicas herramientas de: brújula, martillo, lupa, mapas topográficos y geológicos, estereoscopio de campo, fotografía aérea, etc. En la actualidad el geólogo ya incorpora útiles herramientas de última generación como receptores portátiles de GPS, para cartografía digital sobre el terreno o directamente sobre tablet-PC. Esta última herramienta va a permitir utilizar de forma directa un ordenador en el campo, pasando datos a tiempo real con la posibilidad de emitirlos vía satélite a una central de datos gestionada por un SIG, lo cual puede ser de vital importancia en el estudio de riesgos como el volcánico o el trabajo durante la emergencia. Actualmente los drones también son una importante herramienta de trabajo en el campo y que es aplicable durante el trabajo en la emergencia.

La estratigrafía es una de las áreas de conocimiento que más datos puede aportar a riesgos, puesto que abre el abanico temporal a miles o millones de años, siendo parte fundamental en lo que se ha venido a conocer como la geología del Cuaternario. En este caso se ocupa del registro geológico (sedimentos) de eventos catastróficos, teniendo la difícil tarea de discriminar otros posibles orígenes que no sea del riesgo en cuestión y de la geocronología de los mismos. La estratigrafía se va a centrar especialmente en sedimentos continentales, que generalmente están mejor expuestos que los marinos, aunque estos últimos se están mostrando como una importante fuente de datos cuaternarios en la actualidad. Esto es posible gracias al avance en las técnicas de la toma de datos desde buques oceanográficos. Son pues los datos procedentes de ambientes sedimentarios fluviales y lacustres los que mayor información van a aportar en riesgos, salvo para el riesgo volcánico, como es el caso del papel de los depósitos de inundación de baja energía (slackwater sediments) en inundaciones o las sismitas (estructuras de deformación de origen sísmico en sedimentos recientes) en el caso de la paleosismología.

La geomorfología es una de las herramientas básicas en cartografía de procesos activos.

Los cambios de la morfología de la superficie del terreno en tiempos recientes van a estar siempre asociados a procesos activos, por lo que es clave a la hora de identificar zonas afectadas por estos fenómenos. Por tanto, nos va a servir como un identificador previo de fenómenos catastróficos, como podrían ser abanicos aluviales o conos de deyección, facetas triangulares en fallas activas, lóbulos de derrame en inundaciones, deslizamientos, etc.

El software que se puede utilizar en el tratamiento de datos en bruto puede ser específico de cada área de riesgos, pero todos los datos siempre estarán gestionados y centralizados en un SIG. La cartografía geológica, entendida como una herramienta para riesgos, se ha de utilizar en formato digital, para poder integrarse como una de las bases del análisis de riesgos, al igual que cartografías temáticas específicas, como la geología estructural.

Una vez obtenidos los resultados del tratamiento de datos, el SIG nos va a permitir realizar una cartografía de riesgos y actualizaciones de forma rápida, que es uno de los objetivos principales. La gestión del territorio que se puede deducir de estos mapas de riesgo también se gestiona mediante SIG.

Una de las herramientas más utilizadas en riesgos es la teledetección, entendida como la técnica que permite obtener imágenes de la superficie terrestre desde sensores instalados en satélites, bien sea por la reflexión de la energía solar o por un haz energético artificial, o bien por emisión propia. Es interesante que el propio SIG incluya un módulo de teledetección que permita integrar esta información rápidamente, como podría ser en el caso del vulcanismo o el de las deformaciones corticales superficiales previas a un terremoto en una falla activa. También aportaría una información de gran valor para establecer medidas de actuación en el caso de inundaciones.

Las técnicas geofísicas son una importante fuente de datos en riesgos, especialmente en cuestiones de recopilación de datos sísmicos, prospección del subsuelo, como puede ser en la búsqueda de fallas activas y monitorización de volcanes activos donde constituyen la fuente principal de información una vez se ha desencadenado el proceso. La sísmica de reflexión es utilizada tanto en la superficie emergida como en prospecciones marinas, dando excelentes resultados en la búsqueda de estructuras activas en profundidad. El georadar es muy útil en superficies emergidas, pero en este caso con menor grado de penetración en el subsuelo. La sismología es pieza clave en geología de terremotos y en volcanología. En la primera nos permite conocer el carácter (normal, inverso, en dirección) de la falla que ha generado el sismo, además de su localización hipocentral. En el caso de la volcanología, el estudio del tremor volcánico y de los eventos sismo-volcánicos en general, es una herramienta esencial para evaluar la posibilidad de erupción. Al igual que la gravimetría y la magnetometría, utilizadas tanto para la localización de fallas, como para la determinación de cambios en el sistema volcánico. En líneas generales no se suele aplicar una única técnica, sino que se utiliza una combinación de estas para contrastar las soluciones obtenidas.

En la actualidad la geodesia aplicada a procesos activos se basa en buena parte en la aplicación de técnicas avanzadas de GPS, que permiten una resolución milimétrica. De hecho, en la actualidad se utilizan para medir velocidades relativas de placas tectónicas o para medir deformaciones durante procesos eruptivos o deformaciones precursoras de eventos sísmicos. Para este tipo de medidas se precisa de una estación fija que reduzca el error de las estaciones móviles empleadas para realizar medidas de forma sistemática en un mallado diseñado con anterioridad. La microtopografía clásica o la generada mediante sistemas LIDAR (Light Detection and Ranging o Laser Imaging Detection and Ranging), son herramientas muy utilizadas en riesgos como el volcánico, inundaciones, deslizamientos o terremotos. En esta misma línea también se utilizan las imágenes InSAR (Interferometric Synthetic Aperture Radar) para interferometría de radar, como es en el caso de los terremotos. Todas estas técnicas, aplicadas de forma continuada, nos van a dar movimientos y velocidades de deformación, que podremos aplicar en la monitorización de diferentes tipos de riesgos.

La ingeniería geológica va a aportar soluciones a problemas constructivos asociados a riesgos desde una perspectiva geológica, como es el caso de deslizamientos relacionados con grandes obras, como autopistas, presas, túneles, cimentaciones, etc. Por tanto, su función irá encaminada a que los factores geológicos desencadenantes de riesgos sean tenidos en cuenta e interpretados adecuadamente y a evitar o minimizar los efectos de los riesgos geológicos. Un ejemplo claro, es la determinación de los parámetros mecánicos de materiales recientes en los estudios de microzonación sísmica.

La geocronología puede considerarse como una de las piezas clave en las herramientas utilizadas en riesgos, puesto que de ella depende el correcto cálculo de periodos de recurrencia y retorno, a partir de los cuales calcularemos la peligrosidad. Por tanto, necesitaremos dataciones absolutas para este fin. En algunos casos se pueden obtener dataciones mediante crónicas históricas, pero el periodo que abarca ya sabemos que no es fiable en España más allá del año 1500. Otras dataciones absolutas son la dendrocronología, que estudia los anillos de crecimiento en árboles, o el carácter anual de la sedimentación varvada en lagos (cada par de láminas indica un año de sedimentación). Otra técnica es la liquenometría, basada en la velocidad de crecimiento y colonización de diferentes especies de líquenes en una superficie expuesta. Pero, no siempre es posible llevar a cabo estas dataciones, por lo que lo más común es tener que recurrir a dataciones absolutas, como son las radiométricas; algunas de las más utilizadas son:

  • Radiocarbono (C14)
  • Series de uranio (U)
  • Potasio – Argón (K-Ar)
  • Argón – Argón (Ar-Ar)
  • Huellas de fisión en apatitos (fission-track)
  • Cosmogénicos

Otras técnicas absolutas no radiométricas son la luminiscencia (TL u OSL) y los cosmogénicos. La termoluminiscencia es ampliamente utilizada para sedimentos fluviales y se basa en la propiedad que tienen algunos minerales (como el cuarzo, feldespatos o calcita) de emitir luz después de ser calentados y haber sido expuestos a radiación natural. Un grano de cuarzo que sea enterrado en un sedimento, deja de ser expuesto a una fuente de radiación primaria (el Sol) y empieza a recibir radiación natural del medio y la acumulará de manera proporcional al tiempo de enterramiento. Por este motivo, al calentarlo emitirá una cantidad de luz equivalente al tiempo que lleva enterrado y nos dará la edad del sedimento. Esta técnica es muy utilizada en cerámicas, puesto que al cocerse la pieza, su “reloj” se pone a cero y al enterrarse es cuando comienza a recibir la radiación, en este caso no nos daría la edad de cuando se hizo la pieza, sino de cuando fue enterrada. Otras dos variantes de esta técnica son la luminiscencia estimulada ópticamente (OSL) o por infrarrojos (IRSL). Estas dataciones son una buena alternativa en el caso de que haya escasez de materia orgánica, como suele ocurrir en zonas áridas y semiáridas.

Por tanto, la geocronología será una de las áreas más importantes a desarrollar en el trabajo del geólogo en riesgos, ya que condicionan el dato más importante, el periodo de recurrencia y retorno y, de forma indirecta, la peligrosidad. Será pues necesario combinar correctamente las diferentes técnicas aplicadas junto con la meticulosidad en la toma de muestras.

Con qué profesionales se relaciona

La principal característica que representa el trabajo del geólogo en riesgos geológicos es la multidisciplinaridad, tanto dentro de las diferentes áreas de conocimiento pertenecientes a la Geología como con áreas afines. Si tenemos en cuenta lo citado en apartados anteriores, el geólogo va a interactuar con un amplio espectro de profesionales de las Ciencias de la Tierra, ingeniería, geofísica y geodesia. De este modo, el geólogo tendrá que trabajar con geofísicos en cuestiones de riesgos volcánicos, sísmicos y deslizamientos. Con meteorólogos en inundaciones y erupciones volcánicas, ya que estos aportarán datos valiosísimos relacionados con precipitaciones y vientos, tanto a nivel de registro como desde una perspectiva predictiva. Para ampliar el catálogo de datos al máximo también colaborará con historiadores y arqueólogos. En la mitigación de riesgos trabajará junto con ingenieros y arquitectos en el diseño de estructuras que sean resistentes a los riesgos en cuestión o para ubicarlas en lugares alejados de la zona de influencia de dichos riesgos. Los topógrafos aportarán mapas de detalle de las zonas a estudiar. Quizás la relación más alejada del mundo técnico y científico es la que existe con la clase política, que estará enfocada tanto a la toma de decisiones como al desarrollo de legislación relacionada con la mitigación de riesgos.

¿Quiénes son sus principales clientes?

El diferente alcance de los riesgos geológicos va a condicionar el tipo de clientes que pueden hacer uso de este tipo de estudios, que podrían ir desde un particular hasta administraciones públicas o confederaciones internacionales de países que se viesen afectados por un mismo riesgo. El avance en la legislación ambiental, cada vez más restrictiva en relación a los riesgos naturales, hace que se haya abierto considerablemente el abanico de clientes con los que cuenta el geólogo de riesgos. Así, la pequeña y mediana empresa, dedicada a estudios geológicos y geotécnicos demanda este tipo de estudios que irán encaminados a riesgos que puedan afectar a obras públicas o planificación urbanística. Del mismo modo las grandes multinacionales del sector requieren asesoramiento en riesgos e incluso generan sus propios departamentos de I+D+i en los que se tratan los riesgos naturales. Las aseguradoras basan sus cuotas en los trabajos realizados por los geólogos en temas como riesgo sísmico, volcánico o deslizamientos, por ejemplo. A nivel administrativo el trabajo en riesgos es demandado desde ayuntamientos, Diputaciones Provinciales, Comunidades Autónomas y el Estado, teniendo en este caso una importante dimensión social y de avance en el conocimiento de riesgos, característica de sociedades
avanzadas.

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