Pocos científicos en general y geólogos en particular asumen aún la relación que existe entre los cambios atmosféricos y lo que sucede bajo nuestros pies; dicho vínculo es mucho más férreo de lo que hasta ahora creíamos. Muchas de las disciplinas que desde las ciencias de la Tierra se han desarrollado, lo han hecho como si una suerte de membrana separase medios completamente distintos: atmósfera, hidrosfera y litosfera. Pero la realidad es que el ser humano ha prosperado entre la frágil interfaz que supone dicha intersección. El planeta Tierra es un sistema interconectado.
Desde la última glaciación, la fascinante cifra de 52 millones de kilómetros cúbicos de agua fueron redistribuidos por el planeta, las capas de hielo se derritieron y los niveles globales del mar previamente agotados aumentaron más de 130 m compensando así la distribución del peso de las enormes masas de agua sólida. El efecto rebote hoy continúa y se acelera de manera alarmante. No sólo los océanos se calientan, se acidifican al absorber CO2, los corales mueren, los animales deben adaptarse en otros contextos. Los exiliados climáticos ya suponen hoy más de 50 millones de personas. La falta de alimentos y las enfermedades les han obligado a desplazarse.
Nuestras ciudades han crecido de manera imparable; la insaciable demanda energética lo ha hecho con ellas. Desde 2010, coincidiendo con el auge de la fractura hidráulica se produce un cambio radical en la evolución: más de la mitad de la población mundial ya vivimos en ciudades, toda una nueva experiencia para la vida en el planeta que deberemos saber articular sin dañar ni el medio que nos sustenta ni a nosotros mismos. Los científicos deberemos adelantar propuestas efectivas para que el medio humano y la propia Naturaleza no lleguen a destruirse mutuamente.
Puede que hablar sólo del aumento de la temperatura no importe tanto ya, pero se necesitó un parámetro para que todos nos entendiéramos y pudiésemos ser sensibles a lo que se nos venía encima. Lo que verdaderamente importa es lo que le está pasando al clima, y ya lo estamos viendo: vivimos eventos extremos que hasta hace bien poco (y hablamos de un par de años) la comunidad científica aún dudaba si pudiera ser una consecuencia del denominado “cambio climático”, o no… Michel Jarraud, secretario general de la Asociación Meteorológica Mundial, ha advertido que ya no vale el afirmar que no estábamos avisados, se ha presentado a los gobiernos un nuevo atlas que tiene como fin difundir información soterrada en documentos técnicos de la agencia y convertirla en “algo que pueda ser utilizada directamente por los que toman decisiones”. En este atlas se traza un mapa donde intersectan la salud y el clima en esta era de calentamiento global, mostrando claramente ejemplos como los picos de meningitis y las tormentas de arena o los brotes de dengue con las lluvias.
Ahora lo que nos deja estupefactos es la intensidad y la frecuencia de los eventos extremos, lo que han aumentado. Y eso sí está muy claro: catástrofes y concatenaciones de respuestas climáticas que se daban cada cien años ahora están ocurriendo cada cinco o diez. Los países desarrollados hemos sido capaces de disminuir la creciente emisión de CO2, pero la de metano aumenta (veinte veces más potente que el CO2 en cuanto efecto invernadero) proporcionalmente a la implantación de las nuevas técnicas de extracción de hidrocarburos.
Una reciente investigación (Fischer et al., 2013) apunta a que los terremotos además de estar influenciados por el cambio climático también contribuyen al calentamiento del planeta a través de la liberación de gases de efecto invernadero, en especial el metano del subsuelo de los océanos. Los autores, de la universidad alemana de Bremen, han comprobado entre otros ejemplos que un gran terremoto ocurrido en 1945 en el mar de Arabia, liberó más de siete millones de metros cúbicos de este gas.
El permafrost ártico que va desapareciendo guarda y va liberando de manera acelerada asimismo una buena cantidad de metano, la pérdida directa del mismo supondrá en breve la expulsión a la atmósfera de unas 50 gigatoneladas de este gas de efecto invernadero. Un reciente estudio de Gail Witheman et al., 2013, así nos lo muestra, apunta que el proceso ya irreversible se desarrollará en las próximas décadas.
Este descubrimiento, tanto la pérdida directa de metano atrapado en el permafrost, como especialmente el liberado en los grandes terremotos, revela una fuente natural de emisión de gases de efecto invernadero que hasta ahora no se había considerado y que se suman al de origen humano. Según el estudio alemán, hay enormes cantidades de metano almacenadas en estructuras heladas llamadas “hidratos” en el subsuelo de las plataformas continentales que rodean a los continentes emergidos. Han calculado que los hidratos de metano contienen entre 1.000 y 5.000 gigatoneladas de carbono, más que la cantidad total que se emite cada año por la combustión de fósiles.
Los análisis realizados en 2007 de los sedimentos de la parte norte del mar arábigo revelaron indicios químicos de emisiones de metano a gran escala. El trabajo científico ha sido compaginado con el geohistórico, así, de los archivos históricos, se ha podido confirmar que en 1945 en esa zona un terremoto de una magnitud de 8,1 puntos tuvo ese papel de liberación de metano.
Dice el director de la investigación, Fischer: “… de acuerdo con varios indicadores, sostenemos que el terremoto llevó a la fractura de los sedimentos, lo que permitió la liberación del gas que estaba atrapado debajo…”. Probablemente hay más zonas en el área que fueron afectadas por el terremoto, lo que podría permitir profundizar en la investigación y comenzar a sumar la actividad sísmica como un indicador de cambio climático a la vez que lo propicia.
El último informe de la ONU nos advierte de que el cambio ya afecta a todos los continentes y naciones, ningún rincón del planeta se salva ya de una radical transformación que afecta a las condiciones ambientales y culturales. La civilización al completo y por lo tanto la sociedad de cada país, necesita invertir en investigación, asumir esta realidad y planificar en consecuencia; el planeta al completo necesita asignar medios suficientes a los científicos para dotarnos de armas útiles capaces de resistir los embates de la Naturaleza sobre las ciudades, vistas éstas ya como las unidades estructurales planetarias de la sociedad del siglo XXI. Para dentro de 20 años seremos más del 60% los habitantes aglutinados en ciudades.
Deberemos por lo tanto también adelantarnos a los acontecimientos asumiendo esta realidad; ensayando ya la necesaria idea de que determinados elementos y configuraciones del medio humano, pueden ofrecer resistencia a los efectos negativos de una catástrofe, y mucho mejor si comenzamos ya a desarrollar las mejores herramientas para conseguirlo: la ciencia, la cultura y el urbanismo geológico del siglo XXI. Está bien establecido que la pérdida de masa de hielo a partir del final de la última glaciación condujo a un aumento de los niveles de actividad sísmica por un cambio climático natural, pero no hay buenos datos ni investigaciones claras aún sobre la naturaleza y las respuestas sísmicas futuras y recientes en relación al cambio climático antropogénico. Ni siquiera el estudio de la sismicidad histórica se percibe como garantía de proyección futura exitosa, menos aún en España.
De momento nuestro mensaje es el siguiente: hemos tomado medidas razonables, aunque todavía mejorables, cerca de las zonas de conocida sismicidad histórica. Sin embargo, en aquellas áreas donde estamos cambiando el régimen hidrológico, climático, tensional o industrial, no nos hemos parado a pensar en el efecto de nuestras actividades. Tenemos que pensarlo cuanto antes y planificar en consecuencia. Una segunda falla Castor no debe ser tolerable ni por los científicos, ni por los gobiernos, ni por ningún ciudadano comprometido.
Sin embargo, lo que aún no se puede predecir de manera exacta es cuándo y dónde se darán los fenómenos más catastróficos, pero el conocimiento de la geomorfología de las zonas y la planificación inteligente, supondría un freno a su impacto adelantándonos de manera eficiente y práctica, ya que los impactos generalizados dependen de las condiciones geológicas locales además de otros factores no climáticos. Estos aspectos, como vemos, no se consideran todavía importantes a la hora de abarcar una investigación; ésta, aún ni se ha contemplado, pero no está lejos el día en que los geólogos seamos llamados a realizarla.